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La lección más importante que puedes aprender sobre el dinero

Hoy te contaré sobre cómo fue mi primera lección de finanzas… la conversación con mi padre rico que me dio la comprensión fundamental del dinero para encontrarme en el camino del éxito.
Robert Kiyosaki
Querido lector,
En nuestra primera entrega te compartí cómo mi padre, a quien llamo mi padre pobre, me contó sobre el hombre que, aunque no lo sabía todavía, se convertiría en mi padre rico.
Yo sólo tenía nueve años.
Como te dije hace un par de días, tras nuestro fallido intento de armar un negocio fabricando monedas falsas, mi padre nos dijo a mí y a mi amigo Mike: “Si ustedes quieren aprender cómo ser ricos, no me pregunten a mí. Habla con tu papá, Mike”.
Nos contó cómo el padre de mi amigo era conocido por ser inteligente con el dinero, sobre cómo estaba construyendo un imperio y sobre cómo pronto sería un hombre muy rico.
Con eso, Mike y yo nos emocionamos nuevamente. Con nuevo vigor, comenzamos a limpiar el desorden del inconsciente esquema de falsificación que habíamos armado.
Mike iba a hablar con su padre cuando llegara a su casa esa noche para preguntarle si nos enseñaría a enriquecernos. Mike me prometió llamar lo más pronto posible, una vez que hubiera hablado con su padre, aunque fuera tarde.
El teléfono sonó a las 8:30 pm.
“Está bien”, le dije. “El próximo sábado”. Colgué el teléfono. El padre de Mike había acordado reunirse con nosotros.
Después de tomar el autobús de las 7:30 am hasta el otro lado de la ciudad, Mike y yo llegamos a la oficina de su padre a las 8:00 am en punto.
Era un hombre grande, de 1,80 metros de alto y 90 kilos.
“¿Mike dijo que quieres aprender a ganar dinero? ¿Es cierto, Robert?”.
Asentí con la cabeza rápidamente, pero con un poco de temor. Tenía mucho poder detrás de sus palabras y sonrisa.
“Está bien, ésta es mi oferta. Te enseñaré, pero no lo haré al estilo de una clase. Trabajarás para mí y te enseñaré. Si no trabajas para mí, no te enseñaré. Puedo enseñarte más rápido si trabajas, y estaría perdiendo el tiempo si solo quieres sentarte y escuchar. Ésa es mi oferta. Tómalo o déjalo”.
“Bien, ¿puedo hacer una pregunta primero?”, le pregunté.
“No. Tómalo o déjalo. Tengo mucho trabajo que hacer para perder mi tiempo. Las oportunidades van y vienen. Ser capaz de saber tomar decisiones rápidas es una habilidad importante. Tienes la oportunidad que pediste. El aprendizaje está empezando, o terminó hace 10 segundos”, dijo el padre de Mike con una sonrisa burlona.
“Lo tomo”, le dije. “Tómalo”, dijo Mike.
“Bien”, dijo el papá de Mike. “La Sra. Martin estará acá en 10 minutos. Después de que hayamos terminado de hablar, te encontrarás con ella y podrás comenzar a trabajar. Te pagaré 10 centavos por hora y trabajarás tres horas cada sábado”.
Así nos dirigimos a nuestro trabajo. Durante tres semanas Mike y yo le reportamos a la Sra. Martin y trabajamos nuestras tres horas. Al mediodía, nuestro trabajo había terminado, y ella dejaba caer esos pocos centavos en cada una de nuestras manos. Debo alcarar que incluso a la edad de nueve años a mediados de la década de 1950, 30 centavos no eran demasiado emocionantes. Los cómics costaban 10 centavos en ese momento, así que generalmente gastaba mi dinero en cómics y regresaba a mi casa.
Para el miércoles de la cuarta semana, estaba listo para renunciar. Acepté trabajar solo porque quería aprender a ganar dinero con el padre de Mike, y ahora era esclavo por 10 centavos la hora. Además de eso, no había visto al padre de Mike desde aquel primer sábado.
“Voy a renunciar”, le dije a Mike a la hora del almuerzo.
Esta vez, Mike sonrió. “Mi papá dijo que esto sucedería. Dijo que te reunieras con él cuando estuvieras por renunciar. Mi papá es diferente. Él no enseña como tu papá. Tu mamá y tu papá te dan muchos sermones. Mi papa es callado. Solo espera hasta este sábado. Le diré que estás listo”.
A las nueve de la mañana del sábado, me senté frente al padre de Mike en su pequeña oficina.
“Entiendo que quieres un aumento de sueldo, o renunciarás”, dijo el padre rico mientras giraba en la silla de su oficina.
“Bueno, no estás cumpliendo tu parte del trato”, dije de golpe, casi llorando.
“Dijiste que me enseñarías si trabajaba para ti. Bueno, he trabajado para ti. He trabajado duro. He dejado mis clases de béisbol para trabajar para ti, pero no has cumplido tu palabra y no me has enseñado nada. Eres un ladrón como todos en la ciudad creen que eres. Quieres todo el dinero y no cuidas a tus empleados. Merezco ser tratado mejor”.
“No está mal”, dijo el padre rico. “Te pareces a la mayoría de mis empleados”.
“Pensé que ibas a cumplir tu parte del trato y enseñarme”.
“Te estoy enseñando”, dijo el padre rico en voz baja.
“¿Qué me has enseñado? ¡Nada!”, dije enojado. “Y diez centavos la hora. ¡Ja! Tenemos leyes sobre el trabajo infantil, ¿sabes?”.
“¡Wow!”, expresó el padre rico. “Ahora suenas como la mayoría de las personas que solían trabajar para mí: personas a las que despedí o que renunciaron”.
“Entonces, ¿qué tienes para decir?”, exigí, sintiéndome muy valiente para ser un pequeño niño. “Me mentiste. No me has enseñado nada”.
“¿Cómo sabes que no te he enseñado nada?”, preguntó mi padre rico con calma.
“Bueno, nunca me has hablado. He trabajado durante tres semanas y no me has enseñado nada”, le dije.
“¿La enseñanza significa dar sermones?”, preguntó mi padre rico. “Así es como te enseñan en la escuela. Pero así no es como te enseña la vida. La mayoría de las veces, la vida no te habla. Simplemente te empuja. Y cada empujón es la vida diciendo ‘Despierta. Hay algo que quiero que aprendas’”.
En ese momento pensaba “ahora sí que estoy seguro de que tengo que renunciar a mi trabajo. Estoy hablando con una persona loca que necesita estar encerrada”.
Pero luego siguió hablando: “Si aprendes las lecciones de la vida, lo harás bien. Si no, la vida seguirá empujándote. La gente hace dos cosas. Algunos simplemente dejan que la vida los empuje. Otros se enojan y retroceden. Pero rechazan a su jefe, a su trabajo, a su esposo o esposa. Ellos no saben que es la vida la que los está empujando”.
Esa fue la primera vez que mi padre rico me señaló eso, aunque lo repitió muchas veces a lo largo de mi educación.
Esta fue la primera conversación real que tuvimos.
Continuó…
“Algunas personas se dan por vencidas y otras luchan. La mayoría se rinde y algunos, como tú, pelean. Si aprendes esta lección, te convertirás en un joven sabio, rico y feliz. Si no lo haces, pasarás tu vida culpando a un trabajo, a un salario bajo o a tu jefe por tus problemas. Vivirás la vida siempre esperando esa gran oportunidad”.
Mi padre rico me miró para ver si todavía estaba escuchando. Sus ojos se cruzaron con los míos. Finalmente, aparté la mirada una vez que había asimilado su mensaje.
Mi padre rico continuó: “también puedes ser el tipo de persona que se rinde cada vez que la vida lo empuja, y en ese caso vivirás toda tu vida a salvo. Pero entonces mueres como un viejo aburrido. En el fondo, tú y solo tú sabrás que no lo intentaste”.
Nuestros ojos se encontraron de nuevo.
“¿Me has estado empujando?”, pregunté.
“Algunas personas podrían decir eso”, sonrió mi padre rico. “Diría que te di un poco de sabor de la vida”.
“¿Qué sabor de la vida?”, pregunté, todavía enojado.
“Cuando Mike me dijo que querías aprender a ganar dinero, pensé en diseñar un curso que reflejara la vida real. Y podría hablar hasta que tuviera la cara azul, pero no escucharías nada. Así que decidí dejar que la vida te empujara un poco para que pudieras oírme. Por eso solo te pagué 10 centavos”.
“Entonces, ¿cuál es la lección que aprendí de trabajar por solo 10 centavos?”, pregunté, “¿qué pagas poco y explotas a tus trabajadores?”.
Mi padre rico se echó hacia atrás y se rio con ganas. Finalmente dijo: “Si crees que yo soy el problema, entonces tienes que cambiarme. Si te das cuenta de que tú eres el problema, entonces puedes cambiarte. La mayoría de la gente quiere que todos los demás en el mundo cambien. Déjame decirte que es más fácil que cambies tú que todos los demás”.
“No entiendo”, le dije.
“No me culpes por tu problema”, dijo el padre rico.
“Pero tú eres el problema.”
“Bueno, mantén esa actitud y no aprenderás nada. Mejor mantén la actitud de pensar en qué opciones tienes”.
“Bueno, si no me pagas más o no me enseñas, renuncio”.
“Bien dicho”, dijo mi padre rico. “Y eso es exactamente lo que la mayoría de la gente hace. Renuncian y van a buscar otro trabajo, una mejor oportunidad y un salario más alto. En la mayoría de los casos no resolverán el problema”.
“Entonces, ¿qué debo hacer?”, le pregunté. “¿Sólo tomar estos miserable 10 centavos por hora?”.
Mi padre rico sonrió. “Eso es lo que hacen las otras personas. Pero eso es todo lo que hacen. La mayoría simplemente lo acepta, y algunos aceptan un segundo trabajo, trabajando más duro”.
“Entonces, ¿qué resolverá el problema?”.
“Esto”, dijo, inclinándose hacia adelante en su silla y golpeándome suavemente la cabeza. “Esto que está entre tus orejas”.
En ese momento mi padre rico compartió un punto de vista fundamental que lo diferenció de sus empleados y de mi padre pobre, y que lo llevó a convertirse eventualmente en uno de los hombres más ricos de Hawái.
Fue un punto de vista singular que hizo la diferencia a lo largo de toda una vida.
Yo lo llamo “Lección Número Uno”…
Los pobres y la clase media trabajan por dinero. Los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos.
A la edad de nueve años entendí que ambos padres querían que yo aprendiera. Y ambos me animaron a estudiar, pero no las mismas cosas.
Mi padre altamente formado me recomendó que hiciera lo que él hizo. “Hijo, quiero que estudies mucho, obtengas buenas calificaciones, para que puedas encontrar un trabajo seguro en una gran empresa. Y asegúrate de que tenga excelentes beneficios”.
Mi padre rico quería que aprendiera cómo funciona el dinero para poder hacerlo funcionar para mí.
En tu caso, tu educación comienza ahora.
Saludos,
Robert Kiyosaki

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