El físico alemán Albert Einstein fue el mayor pensador científico del siglo XX.
Desarrolló la teoría general de la relatividad, uno de los dos pilares —junto con la mecánica cuántica— de la física moderna.
Ganó el Premio Nobel en 1921.
Impulsó a Franklin D. Roosevelt a desarrollar una nueva arma poderosa para derrotar a las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, lo que condujo al Proyecto Manhattan.
Ideó la ecuación más famosa del mundo —E=mc²— que demuestra la equivalencia entre masa y energía.
Su trabajo cambió la forma en que concebimos el universo. También tuvo un enorme impacto en las tecnologías modernas, haciendo posibles desde los semiconductores hasta la fibra óptica, los láseres y la energía nuclear.
Hoy, el nombre de Einstein es sinónimo de genio. Su rostro —con esa melena rebelde— es reconocido en todo el mundo.
Pero el hombre no era un académico aburrido.
Einstein disfrutaba de la naturaleza, a menudo hacía largas caminatas por los Alpes o los Apeninos. Amaba la música clásica —especialmente a Mozart y Schubert— y sentía una gran pasión por la navegación.
Tenía un ingenioso sentido del humor y una actitud autocrítica. Solía decir que, como castigo por su desprecio de por vida hacia la autoridad, el destino lo había convertido en una autoridad.
(Cuando le preguntaron cómo conseguía ese peinado icónico, respondió: “negligencia”).
Aunque no habló hasta casi los 3 años —la criada lo apodó “el tonto”—, es un mito que haya sido un mal estudiante. Es cierto que un profesor dijo que Einstein nunca llegaría a nada, pero antes de los 15 ya había dominado el cálculo diferencial e integral.
Sentía una curiosidad insaciable por la estructura de la realidad. De joven devoró libros de física, matemáticas y geometría. A lo largo de su vida, afirmó que lo más incomprensible del universo es que sea comprensible, que pueda explicarse a través del método científico y el lenguaje matemático.
Su trabajo revolucionario cambió nuestra forma de entender el espacio… e incluso el tiempo. Mostró que ambos son relativos, y afirmó que la distinción entre pasado, presente y futuro es solo “una ilusión obstinadamente persistente”.
El psicólogo Abraham Maslow incluyó a Einstein —junto con Thomas Jefferson, William James, Eleanor Roosevelt y otros— en su lista de los grandes “autorrealizados”: personas con la rara capacidad de desplegar al máximo sus talentos más profundos y aspiraciones más elevadas.
Además de sus logros científicos, Einstein fue un gran humanista. Irradiaba bondad y compasión. En columnas, ensayos y entrevistas, compartía sus ideas sobre lo que realmente importa.
Algunas de sus reflexiones más memorables:
Las cosas más valiosas de la vida no se compran con dinero. Una gran fortuna no es necesaria para tener una vida feliz y satisfactoria.
A lo largo de su vida, la gran pasión de Einstein fue descifrar las leyes del universo.
En sus escritos, usaba a menudo metáforas religiosas: “Quiero conocer los pensamientos de Dios” o “Dios no juega a los dados con el universo.”
Pero cuando otros usaban esas frases para presentarlo como religioso, él se oponía.
Einstein creía en el Dios de Spinoza: un dios que se manifiesta en las leyes ordenadas del universo, no en la vida cotidiana de los humanos.
Su “religión” era una actitud de asombro y humildad ante la Naturaleza.
En su ensayo El mundo tal como lo veo, escribió:
“Me basta contemplar el misterio de la vida consciente que se perpetúa por la eternidad, reflexionar sobre la maravillosa estructura del universo que apenas logramos vislumbrar, y tratar humildemente de comprender siquiera una ínfima parte de la inteligencia manifestada en la naturaleza.”
Einstein fracasó en su objetivo final de crear una teoría unificada del universo —una teoría que integrara electricidad, magnetismo, gravedad y mecánica cuántica—, pero logró muchísimo en sus 76 años.
Demostró que el tiempo absoluto debía ser reemplazado por una nueva constante: la velocidad de la luz.
Resolvió el enigma del efecto fotoeléctrico.
Ofreció pruebas empíricas para la teoría atómica.
Sentó las bases de la cosmología moderna.
Y con su curiosidad, sabiduría y humor —y el ejemplo de su vida—, hizo algo más:
Nos mostró cómo vivir.
Alex Green
Para Zoom de Mercado
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