Acciones

Cómo elegir una acción que se multiplique varias veces

Alexander Green reflexiona sobre su experiencia de décadas en el mercado y explica por qué la independencia financiera no depende de gurús ni de asesores costosos, sino de disciplina, paciencia y sentido común. Con ejemplos como Apple y Netflix, revela cómo estrategias simples pueden transformar el patrimonio de un inversor a largo plazo.

Hace poco terminé de escribir un libro sobre el “sueño americano” y cómo alcanzarlo.
(Ya está disponible en preventa en Amazon).


Durante la investigación leí todo lo que pude sobre el tema. Algunas cosas me parecieron razonables. Muchas otras, no tanto.

Pero si tuviera que elegir un único “peor” libro sobre el asunto, ese sería Requiem for the American Dream de Noam Chomsky.

Si lo que quieres es sentirte enojado, deprimido y amargado por lo injusto que es el mundo —y cómo eres completamente impotente para cambiarlo—, entonces deberías leerlo de inmediato.

Chomsky es la prueba viviente de la famosa afirmación de George Orwell de que “hay cosas tan estúpidas que solo un intelectual podría creerlas”.

Incluso algunos libros bastante buenos sobre el tema —como Experiencing the American Dream de Mark Matson— se descarrilan en algún punto.

Por ejemplo, hacia el final de su libro, Matson escribe:

“Tienes que admitir que, cuando se te deja por tu cuenta, eres espiritual, emocional e intelectualmente incapaz de manejar tu propio dinero. Hay demasiado ruido y demasiada tentación para gestionar con éxito un portafolio diversificado de manera prudente a lo largo del tiempo”.

Vaya. Es una afirmación fuerte.

Y va en contra, por completo, de lo que aconsejo en “The Gone Fishin’ Portfolio: Get Wise, Get Wealthy… and Get On With Your Life”.

Mi premisa es simple: puedes invertir en un portafolio de 10 fondos —que representen 10 clases de activos distintos— y dedicar apenas unos minutos al año para rebalancearlos.

Eso es todo. Ese es el sistema completo.

(El resto del tiempo se te anima a “ir a pescar”… o hacer lo que prefieras).

Y 100.000 dólares invertidos en este portafolio conservador desde su inicio hoy valen más de 600.000 dólares.

Sin complicaciones. Sin estrés. Y sin necesidad de un asesor de inversiones.

No estoy en contra de los asesores en todos los casos. Algunas personas están demasiado ocupadas, son demasiado inexpertas o demasiado emocionales para manejar su dinero con éxito por sí mismas. Para ellos, un asesor de bajo costo e íntegro puede ser recomendable.

Sin embargo, yo nunca habría alcanzado el éxito financiero que tuve trabajando con un asesor “de guante blanco” y altas comisiones.

En mi caso, construí mi patrimonio en el mercado a través de tres vías: indexación, trading y compra para mantener a largo plazo.

No son estrategias excluyentes. Pero un asesor caro tiende a arruinar las tres.

Para empezar, desprecian los fondos índice por considerarlos “demasiado básicos”.
No porque rindan mal —la historia demuestra que menos de uno de cada diez gestores activos supera a su índice de referencia en plazos largos—, sino porque no les permiten justificar sus honorarios.

Por eso colocan a sus clientes en fondos gestionados activamente.

Y cuando el mal desempeño se vuelve inocultable, recomiendan cambiar otra vez… y cobran nuevamente.

El trading frecuente también está destinado al fracaso. Incluso si la comisión fuera de apenas 0,5% por operación —y la mayoría cobra mucho más—, en un año de actividad intensa se habrían comido todo tu retorno.

Por supuesto, hoy la mayoría de los asesores cobran sobre activos bajo gestión. Pero incluso ese modelo tiene trampas.

Yo mismo compré y mantuve varias acciones durante décadas. Las más exitosas fueron Apple (AAPL) y Netflix (NFLX).

Ambas valen hoy más de 1.000 veces lo que pagué por ellas.

Si las hubiera comprado por recomendación de un broker a comisión, probablemente me habrían sugerido vender apenas se duplicaron o triplicaron, haciéndome perder el siguiente 100.000% de ganancias.

Y si las hubiera mantenido en una cuenta administrada bajo comisión anual, el problema habría sido otro. Incluso con un honorario tan “bajo” como 0,5%, habría terminado pagando 10.000 dólares al año solo por mantener dos acciones, una vez que alcanzaron un millón de dólares cada una.

Pagar 10.000 dólares anuales por sentarse sobre los papeles no tiene sentido.

Los asesores lo saben, claro. Por eso, tarde o temprano, recomiendan vender. Y así, casi nadie en esas cuentas logra conservar una acción que se multiplique varias veces.
El accionista pierde las ganancias futuras, pero el gestor salva la apariencia de que “está haciendo algo” para justificar sus honorarios.

En resumen: Matson está equivocado.

La mayoría de las personas son perfectamente capaces —espiritual, emocional e intelectualmente— de manejar un portafolio diversificado.

Sí, existe el riesgo de cometer errores por el camino.

Pero al menos no estarás incentivado a cometerlos en favor de otro.

Por Alex Green

Para Zoom de Mercado 

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