Incluso asumiendo que las ideas del inglés fueran útiles, no aplican a nuestro caso.
Estados Unidos, 1933.
Cuatro años habían pasado ya del fatídico octubre que indicó el inicio de la Gran Depresión. En la presidencia estaba Franklin Delano Roosevelt, ex gobernador del Estado de Nueva York, quien había asumido con el propósito de sacar al país de la crisis con políticas intervencionistas.
En diciembre de ese año, un ya famoso economista inglés de nombre John Maynard Keynes le escribió una carta abierta que fue publicada en el New York Times. Allí le dio a Roosevelt su apoyo y le ofreció mayores argumentos para continuar su experimento económico.
En resumidas cuentas, Keynes sugería a Roosevelt que enfocara toda la actividad del gobierno hacia la recuperación de la economía, incentivando la demanda, el consumo y la contratación de trabajadores.
La historiografía oficial sugiere que o bien fueron estas políticas, o bien la Segunda Guerra Mundial (que llevó estas políticas al extremo), las que terminaron rescatando a Estados Unidos de la Depresión.
Con este precedente, es natural que no sean pocos los que hoy piden, para una Argentina en crisis, que se haga exactamente lo mismo.
Pero la pregunta es: ¿funcionaría?
Políticas concretas
En términos de recomendaciones concretas, lo que Keynes sugirió al entonces presidente norteamericano fue incrementar el “poder de compra” de la gente. Su interpretación era que la crisis era producto de una carencia de demanda que debía ser apuntalada por el gobierno.
En sus palabras:
… el aumento de la producción depende de la cantidad de poder de compra comparada con el costo de producción. En términos generales, por lo tanto, un aumento de la producción no puede ocurrir a menos que sea por el funcionamiento de uno de estos tres factores. Los individuos deben ser inducidos a gastar más de sus ingresos existentes; o el mundo de los negocios debe ser inducido a gastar, ya sea por una mayor confianza en las perspectivas o por una menor tasa de interés (…) o se debe recurrir a la autoridad pública para ayudar a crear ingresos adicionales a través del gasto de dinero prestado o impreso.
En los malos tiempos no se puede esperar que el primer factor funcione en una escala suficiente. El segundo factor vendrá como una segunda ola de ataque después de que la marea haya cambiado por los gastos de la autoridad pública. Por lo tanto, solo a partir del tercer factor podemos esperar el impulso principal inicial.
Para Keynes, la economía en depresión era como un automóvil que se había quedado sin batería. Solo necesita que el dueño del auto llame a uno o dos amigos para que le den un empujón.
En el caso de la economía, ese empujón es el gasto público deficitario.
Ahora bien, ¿cómo va a financiarse ese déficit? De acuerdo con Keynes, con dinero prestado o con dinero impreso.
Como se puede intuir, aquí empiezan los choques de la teoría keynesiana con la realidad argentina. Es que si uno piensa en términos de la posibilidad de endeudarse, encuentra que ella es prácticamente inexistente para el gobierno argentino.
De hecho, incluso con un programa de asistencia del FMI, el Riesgo País superó recientemente los 1.000 puntos, lo que quiere decir que para colocar deuda a 10 años, el gobierno debe pagar tasas extravagantes de alrededor del 12% anual en dólares.
Incluso asumiendo que la solución a nuestra crisis actual fuera aumentar el gasto público con cargo a deuda, esa posibilidad es directamente no existe en la Argentina de hoy. Más deuda sería más riesgo país y una crisis todavía más profunda.
Inflación buena
El segundo punto de conflicto entre la “solución keynesiana” y la realidad es el tema de los precios.
Keynes ya se había ocupado del tema en la misma misiva dirigida a Roosevelt. En su momento, explicó lo siguiente:
… dos falacias técnicas pueden haber afectado la política de su administración. El primero se relaciona con el papel desempeñado en la recuperación por el aumento de los precios. La suba de precios debe ser bienvenida porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo. Cuando se gasta más poder adquisitivo, se espera un aumento de la producción a precios crecientes. Dado que no puede haber un aumento de la producción sin un aumento de los precios, es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria.
Como se observa, el Lord inglés consideraba sin dudas que había una “inflación buena”, aquella derivada del aumento de la demanda agregada. De acuerdo con su postura, cuando ello ocurría, ocurría también que subía la producción.
Ahora nuevamente esto se lleva a las patadas con la realidad argentina.
Si observamos los datos de los últimos 6 años, podemos comprobar que cada vez que aumentó la inflación, cayó la economía y viceversa. Es decir, cada vez que los precios subieron a una mayor velocidad, la actividad económica se contrajo, contradiciendo las prescripciones keynesianas.
Evidentemente, es absolutamente posible que los precios suban y la producción no solo no avance, sino que se retraiga. Y, de hecho, esa es la norma en Argentina. Según un reciente estudio del Banco Central, los años de mayor inflación desde 1974 correlacionan con los de mayor caída del PBI per cápita.
Es claro que el caso argentino no puede abordarse con perspectiva keynesiana.
Estanflación
El problema con el enfoque de Keynes es que nunca fue útil para analizar economías con alta inflación. De hecho, tras ser una revolución en la ciencia económica y tener vigencia por más de 40 años, las ideas del pensador inglés perdieron brillo cuando el mundo se vio azotado por la estanflación, una combinación de alta inflación con altos niveles de desempleo.
En ese escenario, aumentar el gasto público solo afecta la inflación, pero sin efecto positivo en la actividad.
Fue así que el mundo cambió de paradigma. Y para salir de la estanflación adoptó a las ideas de Milton Friedman y los economistas liberales. Se acudió a la política monetaria dura para controlar los precios, y a reformas “pro mercado” para reactivar el crecimiento.
En el mundo, esas políticas dieron resultados. ¿Qué ocurrirá con Argentina?
En nuestro país hoy hay una política monetaria dura. Sin embargo, las políticas “pro mercado” aún se hacen esperar…
Pero lo que es cierto, sin duda, es que Keynes no sirve para resolver nuestros problemas actuales. No solo porque su teoría es incluso discutible en casos de recesión sin inflación, sino porque en nuestro caso, todo lo que dijo se ve refutado por la realidad.
Saludos,
Iván Carrino