Se acercan las elecciones y los políticos se ponen en modo “prometer todo”, donde solo repiten todo lo bien que la vas a pasar si ellos ganan la contienda.
Un ejemplo: en su último spot de campaña, Alberto Fernández promete que durante su gobierno habrá “más trabajo, mejores salarios y comida en la mesa”. Si bien el objetivo es bastante modesto (la indigencia alcanza solo al 4,8% de los hogares del país), las promesas crecen cuando uno lee la plataforma de campaña.
De acuerdo con el repaso que hace Marcelo Zlotogwiazda en su última columna de Infobae, el candidato del Frente de Todos promete:
“… recuperar el poder adquisitivo de las jubilaciones, reducir el impuesto a las Pymes, aumentar los presupuestos destinados a comedores, al desarrollo científico-tecnológico, la eliminación del IVA a los bienes de la canasta básica para toda la población, un ‘sistema masivo de créditos para desendeudar a las familias’, microcréditos para fondear obras públicas comunitarias como la construcción de veredas, cunetas, plazas, unidades sanitarias…”.
De dónde salen los recursos para realizar todo esto es, claro, una pregunta que no tiene respuesta.
Ahora bien, de un candidato peronista / kirchnerista / populista uno podría entender este tipo de expresiones electorales. Pero de quien se postuló en 2015 como el candidato del “cambio” y que vino a “terminar con una década de populismo” es más difícil.
No obstante, en el último tiempo fue el propio gobierno el que anunció:
¿Qué pasa con el oficialismo que, para ganarle al populismo, adopta medidas populistas?
El mito del votante racional
En su libro del año 2006 (aquí un resumen), el profesor de economía de la George Mason University de Estados Unidos, Bryan Caplan, argumentaba que si bien la democracia es un sistema por lejos mejor que cualquier régimen autoritario, adolece de algunos problemas.
La tesis de Caplan es que los votantes tienden a cometer errores de manera sistemática en las elecciones, pero no solo porque se mantengan racionalmente ignorantes (es decir, porque no se tomen el trabajo de informarse bien antes de ir a votar), sino porque son fervientes seguidores de ideas que, a la luz del saber económico convencional, son completamente equivocadas.
Para Caplan, los votantes, en Estados Unidos, pero también en todas las democracias del mundo, tienen los siguientes cuatro sesgos que les impiden elegir “bien”:
Como se observa, que los votantes operen el “mercado electoral” con estas creencias genera como respuesta que los políticos se adapten. La demagogia del político, gobernante o aspirante a serlo, consistirá entonces en tratar de responder a estos sesgos con medidas que los confirmen.
Un posible resultado son las medidas tomadas recientemente por el gobierno, así como algunas declaraciones u opiniones expresadas por la oposición.
Precios esenciales, créditos UVA y otras yerbas
Adam Smith escribió en 1776 que “no es por la benevolencia del carnicero” que los consumidores pueden comer carne sino por la atención que éste le da a su propio interés. En este marco, establecía una idea que hoy es compartida por un amplio consenso de economistas: que en los mercados surge una armonía de intereses privados y públicos.
Sin embargo, como explica Caplan:
“El público general tiene muchas dudas acerca de cuánto puede confiar en que empresas con fines de lucro puedan generar resultados beneficiosos para todos. Suelen enfocarse en los motivos de las empresas, en lugar de la disciplina que impone la competencia (…) La gente tiende a ver las ganancias empresarias como un regalo a los ricos (…)
Incluso en industrias con muchas empresas compitiendo, los no economistas creen que los precios son una función del capricho del CEO y de otras conspiraciones”.
Mucho de este sesgo puede explicar por qué el gobierno toma malas decisiones económicas para beneficiarse políticamente.
En el caso de los “precios esenciales”, como la gente percibe que los precios son altos por la avaricia de los empresarios, entonces se ve con buenos ojos que el gobierno “los siente en una mesa” y coordine con ellos los precios.
Lo mismo ocurre con los créditos UVA. Al parecer, el ruidoso pero pequeño grupo que dice que ha sido estafado por este esquema, logró convencer a una mayoría de votantes de que “los bancos ganan a costa de ellos” y que “el gobierno debe hacer algo para ayudarlos”.
Obviamente, esto no es así: el deudor quería comprar una casa, no tenía liquidez, pidió un crédito, y el banco lo facilitó, pero atado a la inflación para que su capital no se licúe.
Si el mecanismo no se altera arbitrariamente, es una situación donde todos ganan. El deudor tiene una casa, paga su crédito (solo el 3% de los deudores presentó dificultades según datos oficiales), y el banco cobra el interés. Punto.
Contra los extranjeros y a favor del empleo
Al sesgo antiextranjero lo vemos tanto en la oposición como en el gobierno (en menor medida) tras la firma del acuerdo Mercosur-UE.
La oposición más radicalizada puso el grito en el cielo por los daños que se le generarán a la “industria nacional”. Y el gobierno, de alguna manera, avala esta idea, ya que para que la liberalización total llegue pasarán, como mínimo, ¡15 años!
Aquí también opera el sesgo a favor del empleo. Se prefiere una producción ineficiente que genere trabajo que la producción más barata. Lo que ocurre en ambos casos es que el público se enfoca solo en la parte mala de la cuestión, minimizando o ignorando directamente los beneficios que el comercio libre trae a los países.
Para ir cerrando, es claro que hay medidas demagógicas y populistas que van contra el mejor funcionamiento de una economía. Y es claro que muchas de ellas también son y fueron tomadas por el gobierno de Macri, que supuestamente no es populista.
Ahora también es cierto que esas medidas responden a las creencias más difundidas entre los votantes.
Finalmente, si queremos que esto cambie, la única salida es que los mitos y los sesgos vayan extinguiéndose con una mejor formación en temas de economía.
Saludos.
Iván Carrino
Es director de Iván Carrino y Asociados, una consultora especializada en economía y finanzas. Además, es Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Licenciado en Administración con dos Maestrías en Economía.
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