El mercado está en un furioso risk-off. Se tiene que calmar para que el dinero fluya desde los bonos hasta las acciones y los precios suban nuevamente.
Por Bruno Perinelli
Durante mi pubertad y adolescencia en los años 90, me volví fanático de Los Simpson.
Religiosamente miraba los domingos los capítulos de estreno que se transmitían por Fox. No me perdía ninguno. Los 90 fueron los mejores años de la serie animada teniendo capítulos que, con el tiempo, dejaron frases y gags para la historia.
Lo que pasó en la turbulenta semana pasada en los mercados financieros, me recuerda a un capítulo legendario de la serie que estuvo en un especial de Noche de Brujas.
En el episodio, es el cumpleaños de Bart y Homero le regala un muñeco del ídolo del niño, Krusty el payaso. El juguete parece tierno e inofensivo, pero esconde un lado malvado que saca a la luz cada vez que está solo con Homero.
De hecho, el muñeco intenta matar varias veces al padre de la familia animada, pero no tiene éxito. Desesperado, Homero recurre a un técnico de la compañía de juguetes, quien soluciona todo cuando corre una perilla que el muñeco tenía en la espalda. A partir de esto, el muñeco pasa de ser malvado (evil) o bueno (good).
Me preguntarás, ¿qué tiene que ver esta historia con los mercados financieros?
A grandes rasgos, podríamos decir que los inversores arman sus carteras en base a dos tipos de activos: los de riesgo y los de refugio.
Cuando los inversores son cada vez más optimistas acerca del futuro, están dispuestos a asumir más riesgo. Destinan una mayor parte de su capital a activos como acciones, commodities (salvo oro y plata), y bonos y monedas de países emergentes y hasta criptomonedas.
En cambio, si los inversores ven un futuro cada vez más oscuro, se alejan de estos activos de riesgo y vuelcan una mayor parte de su capital en los safe havens (refugios seguros): oro, plata y bonos de países desarrollados.
En las últimas semanas, los inversores tuvieron un comportamiento bipolar. Pasaron de estar hambrientos por el riesgo a huir despavoridamente de él.
Y los precios de todos los activos sintieron estos movimientos.
El índice S&P 500 anotó el máximo histórico de los 3.393 puntos el 19 de febrero y se desplomó más de 500 puntos en la última semana del mes.
Se debió a que la expansión descontrolada del Coronavirus sembró las dudas, el nerviosismo y el pesimismo acerca de un frenazo de la economía global. Varios inversores entraron en pánico con este razonamiento: si todo el mundo está en cuarentena, ¿quién trabaja y quién consume? Y así vendieron posiciones de riesgo convalidando fuertes pérdidas.
No solo las acciones en Wall Street cayeron en cascada. También lo hicieron el petróleo y las Bolsas de Europa, Asia, Oceanía y América Latina. Se estima pérdidas por más de cinco billones de dólares. Fue la peor semana desde la crisis de 2008.
Como contracara, las estrellas fueron los bonos de los países desarrollados, en especial los del Tesoro de Estados Unidos.
Los T-bonds recibieron el aluvión de capital que salió de las acciones. Aumentaron sus precios en forma empinada y derribaron sus rendimientos hasta los mínimos históricos.
El bono a 10 años del Tesoro de Estados Unidos apenas paga 1,18% anual después de que su tasa se hundiera 20% en una semana. Ni siquiera cubre la inflación de aquel país, que hoy se ubica en 2,5%.
El mercado pasó de un alegre verde esperanzador a un rojo sangriento. De amar el riesgo o no querer verlo más. Como si alguien hubiera accionado una perilla que hizo cambiar de parecer al mercado en un instante.
¿Qué tiene que pasar para que el mercado (como el muñeco de Los Simpson) pase de ser “malvado” a “bondadoso” con los accionistas?
Primero, se tiene que calmar.
Una buena noticia acerca de la contención de la epidemia o una mirada menos tremendista y más optimista sobre los efectos del virus en la economía mundial, podrían hacer que el mercado se tranquilice. Con el mercado calmado, podemos llegar a especular con que varios inversores saldrían de los T-bonds para que recompren los activos de riesgo a precios de descuento.
Poniéndolo en números, para que haya un prolongado rebote de los activos de riesgo necesitamos que los inversores vendan tantos bonos a 10 años estadounidenses que hagan que los precios de los títulos bajen y su contracara, los rendimientos, se eleven nuevamente.
Que la tasa de los treasuries a una década de plazo supere primero 1,22% y luego se ubique y se sostenga arriba de 1,35%.
Como se puede ver en el gráfico, de llegar a darse ese escenario, significaría el final de la tendencia bajista de los rendimientos y una salida de fondos hacia los activos de riesgo que los haría resucitar.
Un rebote de la tasa sobre el 1,20% ya implicaría un fuerte repunte en las acciones, el petróleo y los papeles de países emergentes. Pero para que vuelva a “girarse la perilla” en favor del riesgo en forma permanente, necesitamos que los rendimientos de los bonos vuelvan a tener una tendencia alcista.
Mientras tanto, si estás con dinero disponible y querés aprovechar los menores precios de las acciones, te diría que esperes antes de comprar algún papel. Que veas que los índices de acciones rompen los canales bajistas y vuelven a aumentar, al mismo tiempo, que los rendimientos de los T-bonds retoman la suba.
Así el mercado pasará de ser malvado a bondadoso con los accionistas.
Hasta la semana que viene.
Bruno Perinelli
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina.
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Bruno Perinelli es licenciado en Economía (UBA) y tiene un posgrado de especialización en mercado de capitales. Con 12 años de experiencia operando acciones, monedas, commodities, bonos y derivados, es el jefe de Trading de Inversor Global y ha estado a cargo de tres servicios de análisis de trading. Actualmente participa como analista de mercados de Cash Flow Semanal y Súper Acciones Millonarias, y publica regularmente consejos de inversión en Mercado en 5 minutos y El inversor diario.
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