La inflación sigue fuera de control y los países siguen haciendo esfuerzos para combatirla, pero una vez que lo logren, el desafío será salir de la recesión. Y eso anticipa más volatilidad.
El año 2022 pasará a la historia como el año de la hiperinflación mundial, en donde los precios de los alimentos, combustibles, gas, y servicios públicos, se incrementaron a niveles récord.
Durante la pandemia de Covid-19, los gobiernos decidieron compensar el “apagón mundial” con baja de tasas de interés a niveles de 0% o 1%, con el objetivo de reactivar la economía.
Como si eso no fuera suficiente, inyectaron liquidez y estímulos financieros a las personas y empresas.
Ese escenario, combinado con nuevos confinamientos en China y el conflicto entre Rusia y Ucrania, generó un desabastecimiento mundial de insumos básicos para cosechar alimentos. Y, por otro lado, disparó el precio de la energía, lo cual desencadenó una gran inflación mundial.
La inflación es el peor mal para una economía, es un “cáncer” para la estabilidad económica de un país y es considerada el peor impuesto para las personas más pobres.
Los sectores de bajos recursos son los que pierden poder adquisitivo para comprar viviendas, acceder a educación de calidad, e incluso a la salud. Porque estos ítems suben en mayor proporción que los salarios.
Además, las personas con menores recursos destinan entre 60% y 80% de su salario a alimentos.
En un contexto inflacionario, en el que los precios de los alimentos son los que más suben de precio, no es difícil deducir quiénes son los más perjudicados.
Además, también se afecta con la inflación a los adultos mayores, sean o no pensionados. Resulta que, si bien la pensión en algunos países sube con el índice de inflación anual, los bienes y servicios que consumen y demandan las personas mayores, suben más que la inflación básica.
Por ejemplo, muchas personas mayores de 60 años tienen una alimentación especial, requerimientos de salud y actividades de esparcimiento o turismo, cuyos costos se elevan en mayor proporción que la inflación, con lo cual el poder adquisitivo de su pensión se ve reducido.
Finalmente, en una economía con inflación se hace más difícil planear proyectos de largo plazo, ya que existe incertidumbre sobre los costos finales que se tendrán en mano de obra, materias primas, energía, gasolina, transporte y otros insumos que requerirán.
En escenarios de inflación, se tiende a especular con los precios, algunos agentes se anticipan y suben los precios más de lo debido. Los productores se cubren anticipando el alza de precios, al igual que algunas empresas, restaurantes, y vendedores de productos finales especulan con precios al alza, aprovechando el “desorden”.
La inflación no le sirve a nadie, todos pierden y se afecta la lucha contra la disminución de la pobreza y la igualdad.
Por eso los gobiernos luchan para controlarla, usando los mecanismos de contracción monetaria: suben las tasas de interés.
Cuando empezó la pandemia de Covid-19, los países usaron políticas monetarias expansivas para estimular la economía, que se vio muy afectada por los confinamientos.
Cuando se bajan las tasas de interés en una economía, se busca que el dinero tenga un bajo costo y pueda circular con mayor facilidad.
Las personas y empresas pueden acceder a créditos a mejores tasas, lo cual estimula su uso, mientras que tener dinero invertido en renta fija u opciones de corto plazo conservadas, deja de ser rentable. Luego los inversores se animan a buscar inversiones alternativas o de mayor riesgo, estimulando varios sectores de la economía.
Tras la pandemia, la economía mundial se reactivó más rápido de lo esperado debido a la rápida llegada de las vacunas, a la tecnología y a la rápida adaptación de las empresas, familias y trabajadores, para ejercer a distancia o desde casa.
Esto generó un fuerte aumento en el consumo, por las bajas tasas de interés, lo que ocasiona a su vez, desabastecimiento debido a choques de oferta por los cierres en China y el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Los bancos centrales del mundo, en especial en Estados Unidos y Europa, primero creyeron que la inflación estaba bajo control. Pero luego se vieron sorprendidos por niveles inflacionarios históricos, las cuales trataron de frenar desde el segundo trimestre de 2022, sin tener éxito en el corto plazo.
Es posible que en septiembre y octubre la inflación mundial haya llegado a su “pico máximo”, pero el daño ya está hecho, ya que algunos precios de alimentos y energía no volverán a bajar.
Esta “guerra” contra la inflación mediante el alza agresiva de tasas de interés, ha generado una volatilidad bajista histórica en los mercados mundiales.
El mercado de bonos en Estados Unidos ha tenido el peor año de su historia, mientras las acciones caen en promedio 25%.
La crisis en las bolsas mundiales se frenará cuando la inflación se controle, por lo que los bancos centrales dejarán de subir tasas de interés.
Aún queda la parte final del camino por recorrer y se espera que para finales de 2022 ya los bancos centrales de Estados Unidos y Europa hayan hecho el 90% de los movimientos al alza en tasas que serán necesarios.
Acá no pararán los desafíos de la economía mundial, pues tras dejar atrás la inflación, el 2023 tendrá un nuevo reto: salir de la recesión económica mundial. Volatilidad habrá para rato.
Economista colombiano, trader, asesor financiero y analista económico y bursátil. Máster en Banca, Mercados Financieros y Gestión Patrimonial e la Universidad de Barcelona y de EAE Business School de Madrid. Tiene 20 años de experiencia en el sector financiero, 18 de ellos como trader y asesor en el mercado de valores.
Actualmente promueve el desarrollo y la inversión en mercado de capitales, dicta charlas, conferencias, cursos y seminarios sobre inversiones, finanzas personales y planeación financieras.
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