Las acciones se perfilan al alza mientras los bonos se quedan atrás. Al mismo tiempo, el dólar pierde fuerza día a día con respecto a las acciones y otros activos. ¿El resultado? Una “trampa de liquidez” para 2021 y más allá.
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Estamos frente a un proceso hiperinflacionario global e histórico en activos financieros. La apuesta es que todo esto no explote y probablemente sea el caso, en tanto y en cuanto el dólar siga siendo demandado como reserva de valor mundial.
Los Bancos Centrales del G10 rompieron el mercado de bonos anulándolo como alternativa de ahorro. Por lo tanto, uno puede escapar de la devaluación del dólar solamente hacia équities, commodities o cryptos. De esta forma, se crea un equilibrio de mercado en donde obligan a escapar de la licuación del dólar asumiendo volatilidades enormes, el switch de asset class no es neutral al riesgo.
Dado que a casi nadie le conviene que el dólar desaparezca como reserva de valor, se generó un equilibrio de Nash “cooperativo”, en donde todos terminan comprando de todo menos bonos (El equilibrio de Nash es una situación en la cual todos los jugadores han puesto en práctica, y saben que lo han hecho, una estrategia que maximiza sus ganancias dadas las estrategias de los otros. Consecuentemente, ningún jugador tiene ningún incentivo para modificar individualmente su estrategia).
Que los bonos largos de casi todos los países relevantes del G10 estén debajo del 2% y que la parte corta de toda curva de tasas del G10 esté al 0% o en niveles negativos, habla de un equilibrio intencionalmente causado por los bancos centrales.
Al rendir tan poco, los bonos ocasionan dos problemas al ahorrista:
1) La tasa de devengamiento ni siquiera alcanza ya a compensar el costo inflacionario global.
2) Ante una suba de tasas internacionales como la que se observa desde inicios del 2021, generan pérdidas de capital.
Todo esto fue ocasionado por la mega emisión de dólares generada por la FED que, literalmente, aniquiló el mercado de bonos. Sin embargo, la licuación del dólar, del yen, del euro y de toda moneda del G10 persiste. Por lo tanto, cubrirse contra dicha dinámica obliga a cambiar de clase de activo y entrar en acciones, en commodites o en criptomonedas. Uno de los problemas de esta patología, es que cambia radicalmente el perfil de volatilidad de la cartera.
El dilema es que “esta rotación obligada” implica la asunción de volatilidades que suelen estar muy por encima de un bono y a mucho inversor, en especial al inversor individual, lo deja en una situación muy incómoda de posicionamiento de cartera, transitando un universo de volatilidad al que no está acostumbrado.
Esta es una de las grandes distorsiones que ha causado la respuesta monetaria del COVID-19 iniciada en marzo del 2020. La emisión de dólares fue tan enorme y rápida que generó una distorsión en la alocación de cartera. Tener bonos del G10 ya no tiene ningún sentido y esa demanda de activos financieros fue a alimentar a otros activos. El problema es que estos nuevos activos suelen ser muchísimo más volátiles.
El dólar estadounidense es una moneda estable según como se lo mire. Obviamente que contra sus dos monedas competidoras por tradición, el yen y el euro, más o menos la viene piloteando bien.
Sin embargo, si uno analiza la evolución del dólar desde los mínimos de marzo del 2020, el mismo se ha megadevaluado contra otros grupos de activos. Medido contra acciones, desde marzo del 2020, cuando el mercado hace mínimos, el dólar se devaluó de la siguiente forma:
1- Contra el índice Nasdaq, de acciones tecnológicas – 83%
2- Contra el S&P 500, principal índice de la Bolsa estadounidense – 69%
3- Contra Ethereum, la segunda criptomoneda más grande del mercado – 735%
4- Contra la soja – 60%
De esta forma, el poder adquisitivo del dólar medido en unidades no tradicionales que exceden al espectro monetario, se derrumbó durante 2020. Lo mismo ocurrió en la crisis anterior. Desde los mínimos de marzo 2009 hasta diciembre 2019, el Nasdaq por ejemplo generó retornos cercanos a 750%, por lo que el dólar se devaluó contra tecnológicas en 750%.
El objetivo de la FED es muy claro: generar una mega devaluación del dólar contra acciones y, de esta manera, ocasionar un “efecto riqueza positivo” en el patrimonio promedio del ciudadano norteamericano que catapulte al consumo.
Este mecanismo de “inflacionar activos financieros” para impactar en la economía real fue explícitamente descripto en uno de los reportes de la FED durante el 2010. En aquel momento, Ben Bernanke, presidente del banco central estadounidense en ese entonces, explícitamente le dijo al mercado que la FED buscaba “engordar” activos financieros, entre otras cosas, para catapultar al consumo vía un efecto riqueza nominal.
Obviamente que la contrapartida de todo esto es la generación de una burbuja global que hoy estamos viendo y no tiene por qué implosionar. El plan será dejar todos esos estímulos en el mercado y que a lo largo de los años el crecimiento global y la inflación los licuen.
Bienvenidos a la nueva trampa de liquidez.
Germán Fermo
Para El Inversor Diario
Doctor en economía de la Universidad de California en Los
Ángeles. Fue Estratega-Macro del Grupo Siembra, de Citigroup. Se desempeñó
como gestor de portafolio para un fondo de inversión y más tarde como
trader de divisas en Suiza. Es profesor y director de la Maestría en
Finanzas de la Universidad de San Andrés, en Argentina.
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