En septiembre de 2015 estaba en Colonia, Uruguay. Inversor Global realizaba allí su conferencia anual con más de 300 suscriptores e inversores.
Recuerdo que a la conferencia asistió el economista español Daniel Lacalle, quien recientemente había publicado su segundo Best-Seller, “Viaje a la Libertad Económica”.
Argentina en dicha época se debatía entre dos modelos económicos que parecían radicalmente distintos. Por un lado, la continuidad del kirchnerismo, un proyecto autoritario de izquierda, similar al de la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Correa y la Bolivia de Evo.
Por el otro, el supuesto “cambio”.
Es curioso que hoy, cuatro años después, debatamos las mismas alternativas. Algo habrá salido bastante mal.
Volviendo a septiembre, recuerdo que presenté una charla titulada “Argentina: entre la decadencia y la resurrección”. Lo que planteaba ahí era que si seguíamos como estábamos, en 2030 íbamos a cumplir 100 años de decadencia ininterrumpida.
Sin embargo, teníamos chances de recuperarnos si hacíamos las cosas bien.
¿Hacia dónde vamos ahora? ¿Continuará la decadencia, o habrá chances de resurgir de las cenizas?
100 años de declive
Si juzgamos por los datos que recopiló minuciosamente el economista Angus Maddison, Argentina llegó en 1895 a ser el país más rico del planeta.
Fue la época en que nuestros abuelos y bisabuelos llegaban “de los barcos”. De España, de Italia, de Inglaterra y de Alemania. “Rico como un Argentino” era una frase que se escuchaba en la Europa de la época.
Sin embargo, los “años dorados” se terminaron rápido.
Como se observa en el gráfico de aquí abajo, el PBI per cápita argentino viene cayendo en relación con el de los países ricos al menos desde fines del Siglo XIX. A partir de 1975, dicha caída se acelera, y si bien existe una recuperación tras la Crisis de 2001, a partir del 2011 la tendencia negativa vuelve a imponerse.
PBI per cápita de Argentina / PBI per cápita promedio de Australia y Estados Unidos.
Fuente: CONTRAECONOMÍA en base a Maddison Proyect 2018.
¿Qué le pasó a Argentina que le fue tan mal económicamente?
En resumidas cuentas, abandonó el “Manual de Buenas Prácticas” de la política económica.
¿Qué dice ese Manual?
Que la clave para el progreso de un país es el aumento de la productividad, y que dicha productividad se consigue con un sector privado vibrante y con posibilidades de progreso.
Obviamente, esto exige un determinado rol de parte del gobierno. El gobierno debe velar por los derechos de propiedad, y garantizar un marco de normas estables en el tiempo, que permitan la innovación y el emprendimiento.
En términos más concretos, esto implica:
- cuidar el valor de la moneda
- mantener impuestos bajos a las empresas
- gastar dentro de las posibilidades de la recaudación
- no regular excesivamente los mercados ni cerrarse al comercio internacional.
Todo lo contrario han hecho los sucesivos gobiernos argentinos, sin importar el partido político.
El resultado es el que vivimos día a día. Inflación, pobreza y estancamiento. Argentina se estudia a nivel mundial por su grado de deterioro. Es casi un misterio.
¿Cómo salir adelante?
Establecido el diagnóstico, se necesita una solución. Y si el diagnóstico es que no hemos seguido el Manual de Buenas Prácticas, la solución estará en tomarlo e implementarlo alguna vez.
La OCDE, por ejemplo, recomendó recientemente al país que encare “reformas estructurales”. Entre otras cosas, éstas implican:
Una reducción de las barreras regulatorias domésticas a la iniciativa empresarial y a la entrada en el mercado, incluso en el ámbito de los gobiernos provinciales y locales, [que] fortalecerá la competencia e impulsará los niveles de actividad (…)
En el estudio se señala que la integración de Argentina en la economía mundial es considerablemente inferior a la de otras economías emergentes, ya que presenta elevadas barreras arancelarias que protegen a las empresas de la competencia internacional y a menudo impiden su integración en las cadenas de valor mundiales. Para promover la integración de Argentina en la economía mundial, el estudio destaca la necesidad de reducir las barreras arancelarias y no arancelarias, comenzando por los bienes de capital y los insumos intermedios.
Si a estas recomendaciones le sumamos que sería necesario reducir el gasto público para poder bajar los impuestos (que hoy son los segundos más altos para las empresas a nivel global), entonces se observa con claridad que –gane quien gane las elecciones de este año- los desafíos son enormes.
Especialmente por cierta cultura predominante en el país, bajar el gasto público (y, por tanto, la influencia del gobierno en la vida de todos), eliminar subsidios, desregular los mercados, abrir la economía y hacer política monetaria contractiva son todas medidas que gozan de la peor prensa, y que en el Congreso como en la sociedad tienen la mayor resistencia.
¿Cómo hacer entonces? La respuesta no es nada fácil.
Una opción, obviamente, es trabajar a muy largo plazo para que la “mentalidad argentina” cambie y pida a gritos estas reformas. Otra opción es tratar de ganar las elecciones “como sea” y después tratar de reformar.
Una tercera variante es que algún gobierno con voluntad de cambio real teja alianzas con otros partidos para generar un “consenso” que permita avanzar.
Sea como sea, creo que queda claro que lo más difícil que tiene Argentina por delante no son las elecciones, sino el día después.
Si quien gane las elecciones puede llevar adelante los cambios que se necesitan, entonces aparece la posibilidad de terminar con décadas de retroceso.
Si no, habrá que seguir esperando y, en el caso de los más jóvenes, mejor ir armando las valijas.