Mientras el mercado está mirando con ansias el fin de la Guerra Comercial, los planteos de fondo persisten. Es probable que, antes que terminar, esto recién esté comenzando.
Por Jim Rickards
Querido lector,
Los mercados esperan con ansias el llamado “Acuerdo Fase 1” de la Guerra Comercial entre Estados Unidos y China.
Ambos lados del conflicto están intentando llegar a una suerte de “mini acuerdo” que involucra la reducción de aranceles, una tregua en la imposición de nuevas medidas comerciales y la compra de soja y carne de cerdo estadounidenses de parte de China.
Este año, la probabilidad de éxito de este acuerdo ha sido uno de los principales catalizadores de la Bolsa. Cuando parece que no se llegará a ningún lado, la Bolsa cae. Y cuando hay optimismo sobre este asunto, las acciones repuntan.
La realidad es que un acuerdo sigue siendo posible. Sin embargo, los inversores deben prepararse para la posibilidad de que éste se desmorone. El mercado está asumiendo por completo un acuerdo fase uno exitoso, por lo que no veremos mucho movimiento al alza si en efecto ocurre.
Por otro lado, si todo esto fracasa, la Bolsa pisaría los frenos y caería un 5% o más en cuestión de días.
Pero incluso con el trato fase uno, las guerras comerciales no se irían a ningún lado. Entre los problemas pendientes encontramos aranceles, subsidios, el robo de propiedad intelectual estadounidense, comunicación obligatoria de secretos comerciales, mercados cerrados y competencia injusta, entre otros asuntos.
Estos son problemas que no se resolverán en el corto plazo, si es que alguna vez se resuelven.
Solucionar todo esto implicaría entrometerse en los asuntos chinos, en la forma de reformas legales y con la imposición de mecanismos de control para asegurar que China cumpla con su parte del trato.
Esto apunta a una realidad: la “Guerra Comercial” no es solo eso: es tan solo una parte de una confrontación mucho más amplia entre Estados Unidos y China, que se asemeja más a una nueva Guerra Fría que a otra cosa.
Este análisis general fue descrito en un discurso pronunciado por el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, en octubre de 2018, así como en otro discurso posterior del 24 de octubre de 2019.
Asimismo, el secretario de Estado, Mike Pompeo, ha sumado otra voz a las advertencias de que China es una amenaza a largo plazo para Estados Unidos, y que un regreso a la “normalidad” pre-Guerra Comercial sería un peligro para el país.
Vicepresidente Mike Pence (izq.) y el Secretario de Estado Mike Pompeo (der.). Pence y Pompeo han sido figuras clave en las críticas públicas de China por parte del gobierno de Trump. En una serie de discursos y entrevistas, han señalado violaciones atroces de los derechos humanos, robo de propiedad intelectual y avances militares amenazantes que, más que un socio comercial amistoso, hacen de China un adversario geopolítico.
Las opiniones de Pence y Pompeo, apodadas “Doctrina Pence”, fueron resumidas cuidadosamente por Gordon G. Chang, experto en la situación con China y autor The Coming Collapse of China, en un artículo de The Wall Street Journal publicado el pasado 7 de noviembre:
“El gobierno de Trump se dirige a una ruptura fundamental con la República Popular de China. La ruptura, si llega a ocurrir, revertirá casi medio siglo de políticas ‘de concesiones’ de Washington. Los dos discursos del mes pasado, del vicepresidente Mike Pence y del secretario de Estado Mike Pompeo, contenían lenguaje conflictivo rara vez visto en los discursos de altos mandos estadounidenses.
‘Estados Unidos continuará buscando una reestructuración fundamental en nuestra relación con China’, dijo el vicepresidente en un evento del Centro Wilson el 24 de octubre, detallando el comportamiento preocupante de China durante el último año.
Algunos argumentan que las palabras del vicepresidente no difirieron sustancialmente de su impactante discurso de octubre de 2018, pero estos observadores no ven que ante la negativa de Beijing a responder a las iniciativas estadounidenses, Pence estaba armando los fundamentos para las fuertes medidas comerciales de la Casa Blanca.
Además, la repetición temática del vicepresidente fue importante en sí misma, pues dio a entender que el enfoque del gobierno, originalmente articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional de diciembre de 2017, había tomado un tono aún más agresivo. El discurso abandonó las etiquetas de ‘amigo’ y ‘socio’ que desde hace años se habían empleado en las conversaciones Estados Unidos-China.
En su lugar, Pnece llamó a China, y a su aliado de facto, Rusia, ‘poderes revisionistas’ y ‘rivales’.
En una cena en el Instituto Hudson del miércoles pasado, Pompeo habló con aún más sinceridad: ‘ya no es viable ignorar las diferencias fundamentales entre nuestros dos sistemas y el impacto […] que estos sistemas tienen en la seguridad nacional estadounidense’. Pertenecen a ‘un partido marxista-leninista centrado en la lucha y la dominación internacional’. Sabemos de la hostilidad china hacia Estados Unidos, señaló Pompeo, pues quedan en evidencia con ‘las palabras de sus líderes”’.
La Guerra Comercial entre Estados Unidos y China no es la anomalía que creen los globalistas. Ni siquiera es tan inusual visto desde una perspectiva histórica. Las represalias de socios comerciales siempre han sido parte del juego.
El libre comercio es un mito. No existe fuera de las aulas universitarias. Francia subsidia la agricultura. Estados Unidos subsidia los vehículos eléctricos. China subsidia una larga lista de firmas nacionales a través de contratos gubernamentales, préstamos baratos y manipulación de divisas. Toda economía importante subsidia a uno o más sectores empleando herramientas fiscales y monetarias, aranceles y barreras no arancelarias al comercio.
Supuestamente, los aranceles de Trump sobre China de enero de 2018 fueron el comienzo de la Guerra Comercial. Sin embargo, la realidad es que Beijing comenzó la guerra hace 25 años, cuando devaluó su moneda (1994) y cuando se unió a la OMC (2001) e inmediatamente comenzó a quebrar las reglas de la organización.
De momento, el conflicto económico está en alto, pero lo cierto es que no se han resuelto ninguno de los problemas críticos que lo causaron, y eso no cambiará en el futuro cercano. Estados Unidos no puede aceptar las garantías chinas sin un sistema de verificación que se entrometa en la soberanía china.
China no puede aceptar las demandas estadounidenses sin impedir el robo de propiedad intelectual de la primera economía, pues es esencial para escapar de la trampa de ingresos medios que afecta a las economías en desarrollo.
La Unión Europea (UE), mientras tanto, ha quedado en el fuego cruzado. Washington está amenazando con imponer aranceles a los automóviles alemanes y a las exportaciones agrícolas francesas, como parte de un intento por forzar el fin de los subsidios de ambos países a su producción.
Estados Unidos ganará las guerras comerciales, a pesar de los costos. China, perderá, aunque no abandonará el robo de propiedad intelectual. Las guerras comerciales se mantendrán durante años, incluso décadas, hasta que China abandone el comunismo, o hasta que Estados Unidos conceda su dominio hegemónico global.
No es probable que nada de esto ocurra en el corto o siquiera mediano plazo.
Todo lo mejor,
Jim Rickards
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina. El Inversor Diario te permitirá acceder a información exclusiva sobre los mercados internacionales y podés suscribirte haciendo click acá.