Un instrumento financiero podría demostrar que, para Latinoamérica, lo peor de esta crisis ya pasó. Para los inversores más optimistas, esta es una de esas oportunidades que aparecen solo una vez cada diez años.
Por Diego Martínez Burzaco
Cuando comencé a cursar mi carrera de Licenciatura en Economía, en 1999, una de las materias que tuve en el primer año fue Historia Económica Global. Allí entre otras cosas, se hacía un fuerte hincapié en lo que se denominó “La década perdida” para América Latina.
Específicamente se analizaba la dinámica que tuvo la explosión de la deuda pública de muchos países de la región, luego de que a principios de esa década la Reserva Federal de Estados Unidos tuvo que subir su tasa de interés de referencia a niveles récord para lidiar con la inflación.
Ese nivel de 18,5% de tasa de interés, en mayo de 1981, fue demasiado para las economías latinoamericanas. La autoridad monetaria de USA no tuvo otro remedio que hacer crecer fuertemente el costo del dinero para combatir la inflación que devino del shock de los precios del petróleo.
Lo que vino después para la región fue previsible: gran parte de la deuda latinoamericana estaba nominada en dólares, por lo que la devaluación de las monedas hizo prácticamente imposible cumplir con los compromisos. Sucesivos default de deudas a lo largo de toda la década llevaron a un desordenado nuevo equilibrio macroeconómico, terminando de erosionar las chances de un crecimiento económico.
Todo este proceso fue el que se denominó la década perdida.
La situación actual tiene algunas similitudes a lo que podría enfrentar la región a futuro. La pandemia desnudó algunos de los problemas estructurales que tienen muchas economías latinoamericanas, altamente dependientes del financiamiento externo.
Si bien teníamos países con un orden macroeconómico y fiscal más sustentable, hoy la mayoría de dicha sustentabilidad de estas economías está bajo escrutinio.
En este grupo se encontraban Uruguay, Chile, Perú y Colombia, que gozaban de un equilibrio balanceado entre perspectivas de crecimiento, baja inflación y un equilibrio fiscal predecible. Las políticas aplicadas para combatir la pandemia ponen incertidumbre a esta trayectoria.
En el otro grupo de países, más vulnerables, se encontraban Argentina, Ecuador, Brasil y, por supuesto, Venezuela. Lidiando con la recesión económica, estos países se encuentran aún más acorralados en esta pandemia, con una caída de la actividad récord y con demandas sociales crecientes que amenazan la ya débil estabilidad.
Así, se alzan las voces más temibles sobre una nueva década pérdida por venir para la región, haciendo que los pronósticos hacia el futuro sean sombríos en términos de crecimiento y creación de riqueza.
Si bien es cierto lo anterior, desde lo estrictamente bursátil la década perdida parece haber tenido lugar ya:
Durante los últimos 10 años, el índice S&P500 avanzó un 1614. En el mismo período, el ETF de acciones latinoamericanas ILF cayó un 57%. Realmente la performance ha sido muy mala y decepcionante para el que invirtió allí.
Pero, ¿acaso no están incorporadas una gran proporción de esas malas noticias en el ETF ILF?
Analicemos en detalle a este instrumento.
El ETF en cuestión tiene como objetivo replicar la performance del índice latinoamericano compuesto por las 40 acciones de mayor capitalización bursátil de la región. En virtud de este objetivo, entre las tenencias del fondo hay una importante ponderación de empresas brasileñas y mexicanas, al tratarse de las dos economías más grandes de la región.
Las 10 principales tenencias del fondo son las siguientes:
En total de la cartera, Brasil representa el 55,9% del total de las posiciones, México un 24,8%, siguiéndole Chile con el 8,93% y Perú con el 4,56%. El resto de las posiciones se distribuye entre los demás países.
Finalmente, dos datos a tener en cuenta. Uno por el lado de los fundamentos, ya que al 29 de mayo este fondo cotizaba a una relación Precio / Ganancia de 10,4 veces, exactamente a mitad de lo que cotiza el S&P 500.
Por último, en términos del riesgo, el beta de este activo es de 1,4 veces respecto al índice norteamericano. ¿Qué implica? Que en promedio, la magnitud de los cambios de precio del ILF son un 40% superiores que el de los del índice estadunidense.
Si tienes una luz de esperanza que lo peor para la región ya está incorporado en el precio de los activos financieros, entonces ese magro rendimiento relativo que tuvo el ETF ILF respecto el S&P500 en la década pasada podría ser eclipsado por lo mejor que está por venir hacia adelante.
A tu lado en los mercados.
Diego Martinez Burzaco
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina.
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Es economista de la Universidad de Buenos Aires con especialización en Mercados de Capitales, cuenta con más de 18 años de experiencia en los mercados internacionales. En Inversor Global es Jefe de Estrategia y editor de los servicios Crisis & Oportunidad, Situaciones Extraordinarias y Doble o Nada.