Las compañías que pagan dividendos permiten generar un flujo de rentas y/o pagos periódicos previsibles para el portafolio de cualquier inversor sin importar el dinero con el que cuenta para invertir. Qué es lo que debes saber sobre estos instrumentos.
Por Diego Martínez Burzaco
“¿A qué se dedica tu amigo?”
“Vive de rentas.”
Todos hemos pasado antes por una conversación así.
Incluso, todos hemos aspirado alguna vez a llegar a ese estado de poder vivir de rentas, despreocupándonos de nuestros trabajos del día a día.
Cuando se alude específicamente a ese concepto, queda implícito a que nos estamos refiriendo al mercado inmobiliario o de real estate. Quien puede vivir de rentas es porque es dueño de varias propiedades residenciales o comerciales y recolecta los pagos mensuales por parte de los inquilinos.
Lógicamente que esa situación privilegiada está reservada para una parte ínfima de la población, ya que requiere un capital invertido realmente elevado.
Ahora bien, ¿podemos tratar de pensar en “vivir de rentas” a partir de nuestras inversiones bursátiles?
Es una pregunta con la que me he enfrentado cuantiosas veces en Inversor Global. Los suscriptores que buscan generar flujos de pagos recurrentes a partir de sus inversiones nos preguntan qué instrumentos están al alcance de la mano.
Para responder a esta pregunta, hay que dividir la historia de los mercados financieros en dos: previo al 2008 y posterior a ese año.
Hasta que se produjo la denominada crisis subprime, en referencia al mercado de hipotecas en Estados Unidos, el inversor encontraba en el mercado de bonos el cobijo necesario para alcanzar el denominado “vivir de rentas”.
Para que te hagas una idea, los bonos del tesoro norteamericano con vencimiento a 10 años rendían en torno a un 4,5% anual, lo que es lo suficientemente alto como para defenderse de la inflación en ese país. Adicionalmente, el refugio era casi libre de riesgo al tratarse de uno de los activos más seguros del mundo.
Incluso aquellos que podían tolerar algo más de riesgo adicional aumentaban su exposición a bonos de empresas relativamente seguras y podían obtener hasta un retorno neto de impuestos de 6% al año.
En ese mundo, no era necesario invertir dinero en el siempre riesgoso universo de las acciones, donde el capital podía quedar envuelto en burbujas como las de la crisis rusa o las puntocom, generando pérdidas importantes.
Sin embargo -nobleza obliga- ese mundo también estaba reservado para unos pocos: invertir en bonos del Tesoro o de empresas sólo era posible para aquellos inversores de alto patrimonio que eran recibidos con los brazos abiertos por los principales ejecutivos de los bancos privados más importantes del mundo.
El inversor minorista, en tanto, estaba destinado a proteger su dinero a partir de un menú de activos financieros más riesgosos y difícil de entender sin necesidad de contar con conocimiento más avanzado.
Un punto de inflexión en beneficio del minorista
El mundo posterior a la crisis de 2008 fue uno mejor para los inversores que tenían menos dinero pero que quería acariciar el utópico sueño de vivir de rentas valiéndose del mercado bursátil.
Por un lado, la coyuntura fue su aliada. La lenta recuperación de las economías desarrolladas llevaron a que los bancos centrales avanzaran con un recorte sin precedentes en las tasas de interés. Entonces el mundo se acostumbró a vivir con un costo del dinero cercano a 0%, y eso impactó en el mercado de bonos.
Los retornos que ofrecían estos instrumentos cayeron fuertemente y los inversores acostumbrados a vivir de ellos debieron replantear su estrategia. Para el inversor minorista no era un problema ya que nunca había podido disfrutar de las bondades del mundo previo al 2008.
Por otro lado, la tecnología también fue un segundo gran aliado del más pequeño. El desarrollo de los brokers de descuento, las plataformas tecnológicas para operar activos financieros y las bajas comisiones para invertir fueron factores que impulsaron a los minoristas a armar portafolios globales.
A falta de instrumentos de renta fija atractivos, había que impulsar la llegada de un nuevo activo que reemplazara a los bonos y permitiera seguir sosteniendo el sueño de vivir de rentas.
Allí, las nuevas protagonistas son las acciones que pagan dividendos.
Los dividendos siempre han sido un elemento seductor y hasta casi místico que atrae a una gran parte de los inversores. Permiten tener un flujo predecible de ingresos en un instrumento que antaño era considerado demasiado riesgoso, como las acciones.
Ahora, todos podían tener su oportunidad en este singular activo, sin importar el tamaño del ahorro o patrimonio con el que cuenten.
Las claves de los dividendos
Ahora, una pequeña explicación: los dividendos son pagos que realizan las empresas a sus accionistas, y que emanan de las ganancias de la firma en un periodo determinado. En los mercados desarrollados, principalmente en Wall Street, la mayoría de las empresas que pagan dividendos lo hacen de forma trimestral. Esto quiere decir que cada tres meses, el tenedor de las acciones de esa empresa está en condiciones de recibir esos pagos en su cuenta del broker.
En empresas de países emergentes, aquellas firmas que pagan dividendos, que no son muchas, generalmente lo hacen con una frecuencia semestral o anual.
Relacionado con estos pagos, hay dos conceptos importantes para incorporar:
Fecha ex dividendo: es la fecha a partir de la cual la acción ya no cotiza con el dividendo “adentro”. Si un inversor tiene la acción hasta el día en que se hace “ex”, podrá cobrar el dividendo. Si un ahorrista invierte en una acción al día siguiente, entonces no será elegible para cobrar ese pago. Para ponerlo en número concreto: si una acción cotiza a USD 10 y va a pagar un dividendo de USD 1 por acción, el día que se hace ex dividendo va a cotizar con su precio corregido por el pago de dividendo por venir. En este caso, el precio ex dividendo es USD 9 (USD 10 – USD 1). Si alguien tenía la acción al momento de hacerse ex dividendo, cobrará el USD 1 por acción que reparte la firma. Si se compra la acción en USD 9, cuando no tiene el dividendo, entonces no lo cobrara.
Fecha de Pago: es la fecha en que la empresa distribuye el dinero comprometido y el monto a cobrar ingresa en la cuenta de los accionistas. Ese dinero entra en la cuenta y se hace disponible para ser utilizado con fines de inversión o en lo que el inversor disponga. Generalmente, la fecha de pago es entre 48 y 72 horas hábiles posteriores a la fecha ex dividendo.
Así, este tipo de compañías permite generar un flujo de rentas y/o pagos periódicos previsibles para el portafolio de cualquier inversor sin importar el dinero con el que cuenta para invertir. El paso siguiente es identificar qué empresas están en condiciones de pagar los dividendos de manera sustentable en el tiempo.
De esto hablaremos en una próxima edición de El Inversor Diario.
A tu lado en los mercados.
Diego Martinez Burzaco
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina.
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Es economista de la Universidad de Buenos Aires con especialización en Mercados de Capitales, cuenta con más de 18 años de experiencia en los mercados internacionales. En Inversor Global es Jefe de Estrategia y editor de los servicios Crisis & Oportunidad, Situaciones Extraordinarias y Doble o Nada.