La velocidad del dinero aumentará, pero no estará vinculada a los bienes de consumo, sino a los instrumentos financieros de protección que no pierden valor con el paso del tiempo, como el oro.
Por Jim Rickards
Estimado lector:
En 2009, los funcionarios del gobierno de Estados Unidos y los comentaristas de televisión popularizaron la expresión “brotes verdes”, para referirse a la recuperación de la primera economía mundial luego de la crisis financiera de 2008. Esta también ha sido empleada en otros países con el mismo propósito, ante situaciones similares de potencial recuperación.
El problema es que en ningún momento se llegaron a ver esos brotes verdes, sino que más bien vimos crecer un montón de maleza.
En efecto, la economía se recuperó, pero fue la recuperación más lenta en la historia del país.
Después de desacreditar la teoría de los brotes verdes, el secretario del Tesoro estadounidense, Tim Geithner, prometió un “verano de recuperación” en 2010.
Eso tampoco sucedió.
Las mejoras continuaron, pero pasaron años antes de que el mercado de valores volviera a cotizar en sus máximos previos a la crisis. Y tomó aún más tiempo que la tasa de desempleo cayera a niveles aceptables.
Ahora, en el marco de la pandemia y posterior al quiebre del mercado entre febrero y marzo, estamos escuchando el mismo discurso de aquel entonces.
¿Brotes verdes o maleza?
La Casa Blanca habla de una “demanda acumulada”, mientras la economía se reactiva y los consumidores acuden masivamente a tiendas y restaurantes, para compensar el gasto perdido durante el confinamiento que tuvo lugar entre marzo y julio.
Pero las cifras muestran que esta teoría de la demanda acumulada es un espejismo, como lo fueron los llamados brotes verdes hace diez años.
Muchos de los negocios que cerraron durante la etapa de aislamiento se declararon en quiebra. No seguirán funcionando y eso implica puestos de trabajo perdidos. Incluso las personas que han podido mantener sus empleos no están consumiendo y gastando como lo hacían en 2019, sino que están ahorrando a niveles récord.
Por otro lado, la “reapertura” de la economía estadounidense ahora está en duda.
En algunas ciudades, esta se descarriló por disturbios que dejaron en ruinas los distritos comerciales. En otras, la reapertura se detuvo en seco por nuevos brotes del virus que condujeron a nuevas medidas de confinamiento y a la estricta aplicación de reglas sobre el uso de mascarillas y el distanciamiento social.
Si bien hubo un repunte en las ventas minoristas de mayo, este se esfumó tan rápido como llegó debido al aumento de los contagios y la extensión del aislamiento.
Si quieres entender lo que sucede con la economía, no le prestes atención al mercado.
Mejor mira a tu alrededor y fíjate en lo que sucede en el mundo para ver cuántos negocios están cerrados todavía, cuántos nunca volverán a abrir, y en qué medida se han desplomado las ventas entre los relativamente pocos sobrevivientes.
No es una linda imagen y, basándonos en la dinámica del virus, no parece que las cosas vayan a mejorar en el corto plazo.
Y hay otra cosa que tampoco va a mejorar pronto: la deuda y el déficit.
De USD 1 billón a USD 5 billones
Para el año fiscal 2020, la Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos (CBO por sus siglas en inglés) había proyectado un déficit de USD 900.000 millones. Mi estimación el año pasado era que el déficit para 2020 sería de un poco más de USD 1 billón. Ambos nos equivocamos.
Con la irrupción de la pandemia y la crisis financiera posterior, el gasto deficitario y la impresión monetaria alcanzaron nuevos máximos.
A diferencia de los cálculos de la CBO y mis propias estimaciones, el déficit de este año será de al menos USD 5 billones. Eso significa que esa cantidad es la más baja que se puede esperar.
La impresión monetaria por parte de la Reserva Federal (Fed) será del doble de su balance, pasando de USD 3,8 billones a USD 8 billones o más. La relación deuda / PBI está hoy cerca del 130%, después de haber alcanzado el 106% en el comienzo de la crisis.
¿Significa esto que la inflación finalmente va a llegar a Estados Unidos?
El interrogante
La respuesta es mucho más complicada de lo que la mayoría cree. Para hacernos una idea, tenemos que fijarnos en lo que sucedió en la última crisis financiera.
Entre 2008 y 2014, la Fed creó billones de dólares mediante su programa de flexibilización cuantitativa o QE (que parece una tontería en comparación con lo que está haciendo ahora).
Muchos analistas advirtieron acerca de la inflación como una consecuencia inevitable de la excesiva impresión monetaria, por parte del banco central estadounidense. Parecía una advertencia razonable en su momento.
Pero a pesar de los temores, nada malo ha sucedido hasta ahora.
De hecho, la inflación cayó; no había una amenaza real en el avance de precios. Las tasas de interés cayeron y no hubo una “burbuja” en el mercado de bonos.
A partir de este comportamiento los políticos y votantes, tanto republicanos como demócratas, flexibilizaron sus posturas. Después de todo, la deuda parecía no importar.
Ese es el motivo por el cual vemos tan poca resistencia a todos los programas de políticas monetarias que se están llevando a cabo.
Es como la historia de Pedrito y el lobo. Los analistas advirtieron que vendría el lobo (la inflación) durante la última crisis, pero este nunca apareció. Entonces, ¿qué sentido tiene escucharlos ahora?
“Es la velocidad, estúpido”
Como expliqué en otras oportunidades y seguiré haciéndolo, dada la importancia de entenderlo, la inflación no es causada únicamente por la impresión monetaria.
Otro factor importante que da lugar a la misma es la velocidad o la rotación del dinero.
Esta velocidad es un fenómeno psicológico que no tiene nada que ver con la Fed (de hecho, ni siquiera entiende de qué va).
La Reserva Federal puede “imprimir” todo el dinero del mundo, pero la gente no va a gastarlo realmente, sino que lo va a ahorrar. Entonces, no se genera inflación porque no hay velocidad o rotación.
Y ahora, teniendo en cuenta la alta tasa de desempleo y la oleada de quiebras de empresas y negocios, los ciudadanos no tienen intenciones de gastar, aunque la economía se reactive. Prefieren ahorrar.
En términos generales, el ahorro es positivo. Y una tasa alta de ahorro puede ser buena en el largo plazo. Pero mata al consumo en el futuro inmediato.
Desde el punto de vista personal, tiene mucho sentido reducir la deuda de tu tarjeta de crédito y ahorrar dinero en tiempos de incertidumbre, pero eso también se traduce en una disminución de la velocidad del dinero. Es decir, poca rotación o fluidez del mismo en la economía.
Teniendo en cuenta que el consumo constituye el 70% de la economía estadounidense, la consecuencia inmediata después de la pandemia será un crecimiento lento, desinflación e incluso deflación (la desinflación y la deflación no son lo mismo).
En este momento, estamos experimentando desinflación y deflación, a pesar de la fuerte impresión monetaria. Pero esto no significa que no habrá inflación. Esta va a llegar, solo que no aún.
¿Cuándo irrumpirá en escena la inflación?
La inflación llegará cuando se pierda la confianza en el dólar y la gente de pronto abandone la divisa para refugiarse en cualquier otro activo duro que pueda encontrar.
En ese contexto, la velocidad del dinero aumentará, pero no estará vinculada a los bienes de consumo, sino en los instrumentos financieros de protección que no pierden valor con el paso del tiempo, como el oro.
En otras palabras, el principal indicador inflacionario no estará en los supermercados o en los puestos de gasolina, sino en el precio del oro medido en dólares.
Por supuesto, una cotización más alta del metal significa precios de consumo también más altos, ya que ese precio elevado evidencia debilidad en el dólar. Se requerirán más dólares para comprar la misma cantidad de bienes.
Cuando el oro pase de los USD 2.000 a los USD 3.000 la onza, esa será la señal de que la inflación en los precios de todo está por llegar.
No esperes hasta que esto suceda. Compra oro (en físico si puedes) ahora que todavía es accesible.
Saludos,
Jim Rickards.
Para Inversor Global
Abogado y economista. Fue asesor de la CIA y el Pentágono y hoy es uno de los analistas financieros más leídos en Estados Unidos. Cuenta con 35 años de experiencia analizando exitosamente el contexto macroeconómico global. Gracias a una alianza con Agora Financial de Estados unidos, en Inversor Global es editor para Inteligencia Estratégica.