La segunda economía del mundo está en la cuerda floja y las razones van más allá del coronavirus, la crisis subsecuente y el comercio.
Por Jim Rickards
La política estadounidense en los gobiernos de Bush y Obama fue simple. Se hacían de la vista gorda con las prácticas cuestionables comerciales chinas, el robo de tecnología y propiedad intelectual, etc. A cambio, Estados Unidos recibió productos baratos y la voluntad de China de financiar billones de dólares de deuda del Gobierno estadounidense.
Luego llegó Donald Trump y cambió las reglas del juego. Para él, el empleo perdido era más valioso que los productos y financiación barata. Apostó a que China no tendría otra alternativa que seguir produciendo esos bienes y seguir comprando deuda estadounidense, incluso si la primera economía impone aranceles comerciales.
Trump tuvo razón en algo: China necesita que Estados Unidos sostenga su crecimiento económico. El Tigre Asiático no solo necesita proporcionar empleos, bienes y servicios a sus ciudadanos. También deben garantizar la supervivencia del régimen del Partido Comunista de China. De lo contrario, Xi Jinping se enfrenta a una posible crisis existencial.
Estamos hablando de un régimen ilegítimo que permanecerá en el poder siempre y cuando proporcione empleos y un nivel de vida en aumento para el pueblo chino. El imperativo primordial de Beijing es evitar disturbios sociales.
Una vez que la máquina de trabajo china se detenga, podrían emerger disturbios populares en una escala mucho mayor a las protestas de la Plaza Tiananmen en 1989. Se trata nada más y nada menos que de una amenaza existencial para el poder comunista. En Hong Kong, China no tolerará las amenazas a su autoridad.
Sin embargo, si China se enfrenta a una crisis económica severa, Xi rápidamente podría perder lo que los chinos llaman “el Mandato del Cielo”. Este es un término que describe la buena voluntad intangible y el apoyo popular que necesitaron los emperadores para gobernar China durante los últimos 3.000 años.
Si se pierde el Mandato del Cielo, los gobernantes del país pueden perder su poder rápidamente.
Es bien sabido que China tiene serios problemas económicos estructurales; todas sus contradicciones internas finalmente están pasando factura.
Los empresarios del mundo rápidamente están sacando sus cadenas de suministro de China, moviéndolas a Vietnam y a otras partes del sur de Asia. Una vez que se complete el cambio, no volverán a China por al menos diez años, si es que alguna vez lo hacen. Estas son pérdidas permanentes para el Gigante Asiático.
¿Podrán Xi Jinping y compañía superar este enorme obstáculo?
Las economías pueden crecer a través del consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones netas. El “milagro chino”, sin embargo, ha sido principalmente una cuestión de inversión y exportaciones netas, con gasto mínimo por parte de los consumidores.
La frase “mercados chinos” es una de las grandes contradicciones de nuestros tiempos. No existen los mercados en China. Todo está estrictamente regulado y manipulado (en el mejor de los casos), o directamente es un fraude (en el peor de los casos). Por ejemplo, China presenta fuertes cifras del PIB con ocasionales puntos débiles, como la pandemia de 2020 o la crisis financiera mundial de 2008.
Sin embargo, el PIB chino está compuesto en un 45% por inversión (en contraste con el 25% típico de las economías grandes). Y 50% de ese 45% es inversión de derroche.
Además, el componente de inversión es en realidad gasto gubernamental medianamente disimulado. Muchas de las empresas que realizan inversiones en grandes proyectos de infraestructura fueron respaldadas directa o indirectamente por el Gobierno chino a través de los bancos.
Esta inversión se financió con deuda. China está tan endeudada, que llegó al punto en que más deuda no genera crecimiento. Lo único que eso haría es desacelerar la economía y pone en tela de duda la capacidad de China de pagar saldar sus obligaciones de pago.
Hasta la mitad de la inversión en China es un desperdicio total. Sí produce trabajos y utiliza insumos como cemento, acero, cobre y vidrio. Pero el producto finalizado, ya sea una ciudad, una estación de tren o un estadio deportivo, a menudo es un “elefante blanco” que no tendrá uso alguno.
El territorio chino está plagado de “ciudades fantasmas” que han resultado de la inversión de derroche y su modelo de desarrollo defectuoso. La peor parte, es que estos elefantes blancos se están financiando con deuda que jamás se podrá pagar.
Sin mencionar no se ha tenido en cuenta el mantenimiento que se necesitará para preservar estos elefantes blancos en forma utilizable si la demanda aumenta en el futuro, lo cual es dudoso.
Restando el derroche del PIB reportado, notarás que el producto interno bruto real se asemeja más al 3% que al 6% de los reportes oficiales.
En esencia, el Gigante Asiático está atrapado en un dilema sin una buena salida. Por un lado, China ha impulsado el crecimiento durante los últimos nueve años con crédito excesivo, inversión de infraestructura desperdiciada y esquemas Ponzi.
Beijing lo sabe, pero han tenido que mantener la máquina de crecimiento en marcha y generar empleos para los millones de migrantes que vienen del campo a las ciudades, así como para resguardar los trabajos de los citadinos actuales.
Las dos formas de deshacerse de la deuda son la deflación (que da lugar a bancarrotas y desempleo) o la inflación (que corroe el poder adquisitivo, similar a un aumento de impuestos).
Ambas alternativas son inaceptables para los comunistas porque carecen de la legitimidad política para soportar el desempleo o la inflación. Cualquiera de las medidas causaría descontento social y desataría el potencial revolucionario.
China se ha topado con un muro que los economistas del desarrollo denominan “trampa de ingresos medios”.
Esto les sucede a las economías en desarrollo cuando agotan el potencial de crecimiento fácil al pasar de ingresos bajos a ingresos medios, y luego enfrentan la tarea mucho más difícil de pasar de ingresos medios a ingresos altos.
Las economías en desarrollo pueden crecer a tasas de dos dígitos a medida que pasan de ingresos bajos (alrededor de USD 3.000 anuales per cápita) a ingresos medios (alrededor de USD 10.000 anuales per cápita).
Los requisitos principales son los límites a la corrupción, un gran grupo de mano de obra disponible y un entorno legal atractivo para la inversión extranjera directa. Una vez que se utiliza la inversión para infraestructura y se moviliza la mano de obra, puede comenzar la fabricación a gran escala.
Esto impulsa el crecimiento y la acumulación de reservas de divisas de los ingresos de exportación.
Ahora bien, el problema comienza cuando una economía intenta pasar de ingresos medios a ingresos altos (alrededor de USD 18.000 de ingreso anual per cápita). Este cambio requiere más que mano de obra barata e inversión en infraestructura.
Requiere tecnología aplicada para producir productos de alto valor agregado.
China sigue dependiendo de trabajos de estilo asambleario y no ha mostrado ninguna promesa de irrumpir en las filas de altos ingresos.
Solo Taiwán, Corea del Sur y Singapur han hecho esta transición (excluyendo Japón después de la Segunda Guerra Mundial y las naciones exportadoras de petróleo). Todas las demás economías en desarrollo en América Latina, África, Asia meridional y Oriente Medio, incluidos Brasil y Turquía, permanecen estancadas en los rangos de ingresos medios.
Esto explica por qué China se ha centrado tanto en robar propiedad intelectual estadounidense.
China no ha mostrado mucha capacidad para desarrollar tecnologías de vanguardia por sí sola, pero ha sido bastante efectiva para robar dicha tecnología de socios comerciales y aplicarla a través de su propio sistema de empresas estatales y “campeones nacionales”, como Huawei en el sector de telecomunicaciones.
Pero ahora, Estados Unidos y otros países están tomando medidas severas contra el robo de tecnología.
Y esa es la clave: el ingreso per cápita de China es de solo USD 11.000, en comparación con el ingreso per cápita de USD 65.000 de Estados Unidos. Dicho de otro modo, Estados Unidos es solo un 38% más rico que China en términos brutos, pero 500% más rico en términos per cápita.
En resumen, y a pesar del enorme crecimiento anual en los últimos veinte años, China sigue siendo fundamentalmente un país pobre con una capacidad limitada para mejorar el bienestar de sus ciudadanos más allá de lo que ya se ha logrado.
China enfrenta presiones sociales, económicas y geopolíticas que ponen a prueba la legitimidad del liderazgo del Partido Comunista y pueden conducir a una crisis económica de primer orden en un futuro no muy lejano.
Mi opinión es que una crisis en China es inevitable debido a su modelo de crecimiento, el clima financiero internacional y la deuda excesiva.
La cuenta regresiva ha comenzado.
Saludos,
Jim Rickards
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina.
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Abogado y economista. Fue asesor de la CIA y el Pentágono y hoy es uno de los analistas financieros más leídos en Estados Unidos. Cuenta con 35 años de experiencia analizando exitosamente el contexto macroeconómico global. Gracias a una alianza con Agora Financial de Estados unidos, en Inversor Global es editor para Inteligencia Estratégica.