La segunda economía mundial se encuentra en serios problemas. Todo apunta al estallido de una crisis más temprano que tarde. El efecto sobre la escena internacional sería incalculable.
Querido lector,
Durante años, hemos escuchado y leído historias sobre el futuro dominio de la economía china. La idea es que el Gigante Asiático está creciendo más rápido que Estados Unidos, tiene una población mucho mayor y una creciente capacidad militar, por lo que es solo cuestión de tiempo antes de superar a su rival norteamericano en la pirámide jerárquica global.
Esos argumentos ciertamente son válidos.
China tiene la población más grande del mundo, alrededor de 1.400 millones de personas, aunque India pronto la superará. El territorio nacional chino es el tercero más grande del mundo, con 9,5 millones de kilómetros cuadrados, un poco más grande que Estados Unidos (9,3 millones) y apenas menos que Canadá (9,9 millones).
También tiene el quinto arsenal nuclear más grande del mundo, con 280 cabezas nucleares, casi lo mismo que el Reino Unido y Francia, pero muy por detrás de Rusia (6.490) y Estados Unidos (6.450).
El país tiene la segunda economía más grande del mundo, con un PIB de USD 15,5 billones, detrás solo del PIB de USD 21,4 billones de Estados Unidos, y muy por delante del número tres, Japón, con un PIB de USD 5,4 billones. Las reservas internacionales de China (incluyendo al oro) son las más grandes del mundo: USD 3,2 billones. Hong Kong tiene por su cuenta USD 425.000 millones en reservas adicionales.
Y por último, es el mayor productor de oro del mundo, con alrededor de 500 toneladas métricas por año.
Gracias a estas métricas demográficas, territoriales, militares y económicas, China es claramente una superpotencia global y la presencia dominante al este de Asia.
En su forma más extrema, la narrativa sobre el inevitable ascenso del Gigante Asiático afirma que el siglo XIX fue el “siglo británico”, el siglo XX fue el “siglo estadounidense”, y que en el 2000 comenzaría el “siglo chino”.
Esta narrativa fue propuesta por las mismas élites globalistas de las universidades y centros académicos (muchos de los cuales son estadounidenses) que propusieron fronteras abiertas, aranceles cero, cadenas de suministro globales y subcontratación de empleos en Estados Unidos.
Pero como de costumbre, las élites están totalmente equivocadas.
Las fronteras abiertas presionan a la baja los salarios estadounidenses. Los aranceles cero significan que los bienes pueden fabricarse en países con mano de obra barata, como China, y enviarse a Estados Unidos sin tener que pagar impuestos.
La subcontratación destruyó operaciones estadounidenses perfectamente viables en las industrias del acero, automóviles y electrónicos, trasladando esos trabajos a talleres de explotación y campos de trabajo forzado en China. El resultado, fue una economía estadounidense en declive y una mayor desigualdad de ingresos.
Sin embargo, Estados Unidos finalmente se defendió. A pesar del reciente acuerdo comercial de “Fase uno”, los aranceles de Trump han frenado el crecimiento liderado por las exportaciones en China y han expandido la manufactura estadounidense. Más importante aún, el crecimiento del Gigante Asiático está perdiendo impulso por razones internas que no están completamente relacionadas con las guerras comerciales.
En el corazón de este problema yace la próxima crisis de deuda china. La segunda economía ha crecido a base de inversión, pero la mayor parte de ésta se ha desperdiciado en “ciudades fantasmas” vacías y en otra infraestructura inútil y sumamente costosa.
Alrededor del 25% del crecimiento reportado por China en los últimos diez años proviene de inversiones de derroche en infraestructuras (estamos hablando de ciudades enteras vacías) financiada con deuda impagable. La segunda economía es un esquema Ponzi, y esa pirámide de deuda está a punto de colapsar.
Para colmo de males, esta deuda está denominada en dólares y, por lo tanto, no puede saldarla sin agotar sus reservas internacionales.
Asimismo, el sistema bancario chino es insolvente y gran parte de su inversión inmobiliaria se ha financiado con “productos de gestión de patrimonio”, los cuales no pueden pagarse de vuelta porque, como dije, este sistema no es más que un esquema Ponzi.
El ingreso per cápita de China es de solo USD 11.000 por persona, en comparación con el ingreso per cápita de USD 65.000 en Estados Unidos. Dicho de otra firma, la primera economía es solo es un 38% más rica que China en términos brutos, pero es 500% más rica en términos per cápita.
Más importante aún, con un PIB per cápita de USD 11.000, China está atrapada en la “trampa de ingresos medios”, según lo definido por los economistas del desarrollo. El camino de ingresos bajos (alrededor de USD 5.000 per cápita) a ingresos medios (alrededor de USD 10.000 per cápita) es fácil de completar y en su mayoría implica una reducción de la corrupción, más inversión extranjera directa y la migración del campo a las ciudades para buscar trabajos basados en la producción.
El camino de los ingresos medios a ingresos altos (alrededor de USD 20.000 per cápita), sin embargo, es mucho más difícil: implica la creación y el despliegue de tecnología de punta y la fabricación de bienes con un alto valor agregado.
Entre las economías en desarrollo, excluyendo a los productores de petróleo, solo Taiwán, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur han hecho esta transición con éxito desde la Segunda Guerra Mundial. Todas las demás economías en desarrollo en América Latina, África, Asia Meridional y Oriente Medio, considerando gigantes como Brasil y Turquía, siguen atascadas en los ingresos medios.
China sigue dependiendo de trabajos manufactureros y no ha mostrado ninguna señal de que vaya a entrar pronto en la clasificación de ingresos altos.
Mientras tanto, el año pasado el crecimiento económico chino fue el más bajo desde 1990, hace ya 3 décadas. El crecimiento en la producción industrial se redujo a 5,7% el año pasado, mientras que el crecimiento de las ventas minoristas también se desaceleró al 8%.
En resumen, y a pesar del enorme crecimiento anual en los últimos 20 años, China sigue siendo fundamentalmente un país pobre con una capacidad limitada para mejorar el bienestar de sus ciudadanos mucho más allá de lo que ya se ha logrado.
Los recientes disturbios en Hong Kong son otro síntoma del menguante control del Partido Comunista Chino sobre la sociedad civil. Estas protestas han estado ocurriendo desde casi un año. Comenzaron como manifestaciones pacíficas contra una ley propuesta que permitiría la extradición de disidentes políticos de Hong Kong a Beijing.
La preocupación radicaba en el hecho de que en Beijing no existe un Estado de derecho, a diferencia de Hong Kong, y que los acusados extraditados desaparecerían mediante ejecuciones o bien siendo enviados a campos de concentración. Beijing manejó mal la negativa de la población y las manifestaciones se convirtieron en violencia.
Ciertos manifestantes fueron asesinados por matones de Beijing. Sus cuerpos fueron descubiertos más tarde, a veces desmembrados, en el puerto Victoria, cerca del centro de Hong Kong. Ahora, los disturbios incluyen gases lacrimógenos y cócteles molotov. Recientemente, se han descubierto algunas fábricas de explosivos improvisados.
No parece haber un fin para la violencia.
La reacción de Beijing a las protestas de Hong Kong debería terminar de una vez por todas con la idea académica de que China es un ciudadano del bien para la comunidad internacional. Esa opinión siempre fue falsa, pero ahora hasta los académicos están comenzando a comprender lo que realmente está sucediendo.
Incluso se especula que las protestas de Hong Kong se estaban organizando con ayuda externa para incitar otra represión similar a la vista en Tiananmen. Eso aislaría a China internacionalmente y desbarataría sus planes para una integración económica en Eurasia y más allá a través de su proyecto de la “Ruta de la Seda”.
Los negocios internacionales ya han actuado con intención de modificar las cadenas de suministro, dejando atrás a China y apostando por Vietnam y otras partes del sur de Asia. Una vez que esas cadenas de suministro se trasladen por completo, no volverán a China por al menos diez años, si es que alguna vez lo hacen. Estas son pérdidas permanentes para la segunda economía.
Con un crecimiento más lento, una disminución de las reservas y una deuda masiva, la presión sobre la economía de China ahora es evidente para todos, a pesar de las palabras optimistas de Beijing. El colapso chino se acelerará y resultará en controles de capital, congelamiento de activos y represión política del desorden social. Este colapso recién comienza y tiene mucho camino por recorrer.
El coronavirus solo está acelerando el proceso.
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Todo lo mejor,
Jim Rickards
Para Inversor Global
Esta columna fue publicada originalmente en El Inversor Diario, el newsletter gratuito de Inversor Global en el que escriben las mentes financieras más brillantes de Estados Unidos y América Latina.
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Abogado y economista. Fue asesor de la CIA y el Pentágono y hoy es uno de los analistas financieros más leídos en Estados Unidos. Cuenta con 35 años de experiencia analizando exitosamente el contexto macroeconómico global. Gracias a una alianza con Agora Financial de Estados unidos, en Inversor Global es editor para Inteligencia Estratégica.