El 6 de mayo de 2010, el mercado cayó como un ascensor con el cable cortado. Aquel día dejó una lección simple pero poderosa: el miedo no se predice, se observa… y se aprovecha cuando se enfría.
Por Alexander Green

Yo estaba en mi escritorio, con el teléfono pegado a la oreja.
Del otro lado estaba mi mentor, con la voz serena de quien ya lo ha visto todo.
—Solo observa —me dijo.
Las cotizaciones eran un borrón. El Dow caía a pedazos. Nombres familiares imprimían precios sin sentido. Los gráficos parecían rotos. Mi pulso se aceleraba.
Él no alzó la voz.
—Dime cómo se ve el miedo ahora mismo.
Miré una sola línea. No era el S&P 500. No era ninguna acción.
Era el VIX, el índice del miedo del mercado. Y acababa de dispararse como una bengala en la noche.
El VIX —el CBOE Volatility Index— mide en tiempo real cuánto espera el mercado que se mueva el S&P 500 en los próximos 30 días, a partir del precio de sus opciones. Se expresa como un porcentaje anualizado: cuanto más alto, más fuerte es el miedo.
—Eso es —dijo él—. Ahora recuerda lo que hace el miedo.
Yo guardé silencio.
—El miedo no vive en la parte alta del gráfico —continuó—. Solo sube. Luego se enfría. Como una banda elástica: se estira, y después, retrocede.
Quise discutir. Nada parecía que volvería a la normalidad.
Pero entonces me dijo algo que no olvidé jamás:
—No intentes predecir el pico. Espéralo. Y cuando llegue, opera el enfriamiento.
Seguimos en línea diez, veinte minutos. Los titulares se amontonaban. Los analistas en televisión gritaban al fondo.
El VIX se mantuvo alto. Luego titubeó. No fue un desplome. Solo una pausa. Una pista. Como una ola perdiendo fuerza.
Aquel día aprendí una verdad limpia: El VIX no te dice hacia dónde va el mercado. Te dice cuán fuerte está gritando el miedo.
Y algo más:
Cuando el miedo grita, rara vez sigue gritando. Los mercados tienden a ir demasiado lejos. Luego vuelven a su ritmo normal.
Los gráficos lo llaman “reversión a la media”.
Yo lo llamo una segunda oportunidad para actuar con cabeza fría mientras otros tiemblan.
Con los años, convertí aquella llamada en un plan simple.
No trato de adivinar el próximo shock. Dejo que el shock me encuentre.
Si nunca has usado el VIX, basta con entender esto: Imagina el clima. Una tormenta intensa. Una sirena que suena porque hay un tornado cerca. ¿Qué pasa luego?
Casi siempre, las sirenas se apagan. La tormenta pasa.
Lo mismo sucede con la volatilidad.
Sucede a menudo en los días de grandes noticias. Es casi un espectáculo: los mercados se mueven porque las personas lo hacen. Las pantallas no muestran miedo ni codicia, pero puedes sentir ambas en cada movimiento.
Después del Flash Crash, empecé a mirar no solo los precios, sino cómo reaccionaba la gente.
Ahí está la verdadera ventaja.
El miedo golpea rápido: se nota en los spreads amplios, las ventas apresuradas y ese vacío cuando desaparecen las órdenes de compra.
Luego llega el arrepentimiento: los que vendieron tarde, persiguiendo una salida que ya pasó.
Y más tarde, el cansancio. Lo urgente se vuelve rutina.
Ese es el momento en que el miedo se enfría y el rebote comienza.
La codicia funciona igual, pero al revés.
Una historia caliente corre, luego corre un poco más, y de pronto “después” parece nunca.
Los traders dejan de preguntar “¿cuánto vale?” y empiezan a preguntar “¿cómo no me lo pierdo?”.
Las primeras grietas son pequeñas: rupturas fallidas, cierres débiles, titulares que ya no impulsan.
El entusiasmo se apaga. Luego, el aire se escapa.
Estamos programados para comprar lo que parece seguro y vender lo que asusta.
Esa es la aversión a la pérdida.
Y también es la razón por la cual los extremos no duran.
Las multitudes se exceden, y luego corrigen.
La clave está en eliminar la adivinanza y mirar quién está atrapado.
En los techos, suelen ser los compradores tardíos.
En los suelos, los vendedores que juraron “esperar el rebote”.
Esos jugadores atrapados son combustible.
Cuando se rinden, los movimientos parecen más grandes de lo que “deberían”.
No es un error: es el sistema funcionando.
La liquidez es más profunda cuando nadie la necesita y más frágil cuando todos la buscan.
Cuando pienso en aquel día, no recuerdo los titulares.
Recuerdo la voz de mi mentor y la línea que no quería quedarse en el extremo.
El miedo subió. Se enfrió. El mercado respiró.
Ese ritmo no ha cambiado.
En tiempos como estos, no intentes adivinar más al mercado.
Solo espera las sirenas, marca dónde vive el miedo y opera el regreso a la calma con un plan.
No es glamoroso. Es un hábito.
Y en los días que importan, ese hábito basta para proteger y hacer crecer tu portafolio.
Alex Green
Para Inversor Global
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